19/05/2017, 03:09
El de ojos grises no pudo evitar reírse con honesta fuerza al escuchar lo de la gente disfrazada. No porque le pareciera una idea ridícula, sino porque podía recordar claramente los atuendos exagerados y graciosamente coloridos que solía utilizar la gente de su pueblo durante los festivales. Tampoco podía olvidar lo mucho que se divertía en aquellos momentos.
—Eso sería muy interesante y muy gracioso —admitió, recuperando su temple habitual—. Como sea, espero que sea un lugar interesante donde pueda aprender un par de cosas.
A medida que pasaban los minutos mientras recorrían las calles, se iban adentrando más en la zona este de la villa. Era un lugar con varios locales modernos, lo opuesto a la zona oeste y sus negocios tradicionales. También había variedad de plazas con fuentes y estatuas de todo tipo, dándole un aire bastante refinado al ambiente. También pudo ver multitud de librerías y uno que otro museo o sala de teatro. Se le hacía obvio que era una zona donde abundaban la intelectualidad y los encuentros culturales.
—Este es el sitio, el café Damas y Caballeros —dijo el cochero, tras detenerse en una calle con bastante flujo peatonal y señalar hacia cierto edificio.
Kōtetsu observo hacia donde había apuntado la barbilla del conductor, al otro lado de la calle. Había un gran edificio cuya fachada estaba cubierta por un gran telar blanco, y frente al mismo un gran grupo de personas que parecían estar esperando impacientemente.
—Ya veo... Aquí tiene, gracias —Le entrego el pago correspondiente y procedió a bajarse de la carreta—. Tendremos que atravesar la multitud para llegar a la puerta.
Comenzó a caminar, tratando de apartar con cuidado a quien obstruyese su camino, buscando la entrada del local. Finalmente, se encontró con un letrero que daba fe de que aquel sitio era en donde debían de cumplir su misión. El escrito también confirmaba que aquel día seria la gran reinauguración del local.
—Toquemos la puerta y busquemos al peticionario —le dijo a Riko, alzando la voz para ser escuchado por sobre el rumor de la multitud, y esperando que este tuviese listo a mostrar el pergamino de la misión.
Dio tres leves golpes a la puerta y espero.
Pronto, una figura alta, delgada y elegante abrió la puerta y, mientras los miraba inquisitivamente, les dirigió la palabra:
—No parecen ser parte de mis clientes habituales, así que imagino que no es la reinauguración lo que les trae por aquí —dijo, con una voz lenta, firme y un poco petulante—. Mi tiempo es valioso, así que díganme, chiquillos, ¿quiénes son y que asuntos tienen conmigo?
—Eso sería muy interesante y muy gracioso —admitió, recuperando su temple habitual—. Como sea, espero que sea un lugar interesante donde pueda aprender un par de cosas.
A medida que pasaban los minutos mientras recorrían las calles, se iban adentrando más en la zona este de la villa. Era un lugar con varios locales modernos, lo opuesto a la zona oeste y sus negocios tradicionales. También había variedad de plazas con fuentes y estatuas de todo tipo, dándole un aire bastante refinado al ambiente. También pudo ver multitud de librerías y uno que otro museo o sala de teatro. Se le hacía obvio que era una zona donde abundaban la intelectualidad y los encuentros culturales.
—Este es el sitio, el café Damas y Caballeros —dijo el cochero, tras detenerse en una calle con bastante flujo peatonal y señalar hacia cierto edificio.
Kōtetsu observo hacia donde había apuntado la barbilla del conductor, al otro lado de la calle. Había un gran edificio cuya fachada estaba cubierta por un gran telar blanco, y frente al mismo un gran grupo de personas que parecían estar esperando impacientemente.
—Ya veo... Aquí tiene, gracias —Le entrego el pago correspondiente y procedió a bajarse de la carreta—. Tendremos que atravesar la multitud para llegar a la puerta.
Comenzó a caminar, tratando de apartar con cuidado a quien obstruyese su camino, buscando la entrada del local. Finalmente, se encontró con un letrero que daba fe de que aquel sitio era en donde debían de cumplir su misión. El escrito también confirmaba que aquel día seria la gran reinauguración del local.
—Toquemos la puerta y busquemos al peticionario —le dijo a Riko, alzando la voz para ser escuchado por sobre el rumor de la multitud, y esperando que este tuviese listo a mostrar el pergamino de la misión.
Dio tres leves golpes a la puerta y espero.
Pronto, una figura alta, delgada y elegante abrió la puerta y, mientras los miraba inquisitivamente, les dirigió la palabra:
—No parecen ser parte de mis clientes habituales, así que imagino que no es la reinauguración lo que les trae por aquí —dijo, con una voz lenta, firme y un poco petulante—. Mi tiempo es valioso, así que díganme, chiquillos, ¿quiénes son y que asuntos tienen conmigo?