20/05/2017, 01:40
El encargado miro superficialmente el pergamino por unos instantes, sin mayor detalle y solo asegurándose de que fuese autentico.
—¡Muy bien! —canto aquel sujeto de cabellos blancos y espesos, peinados elegantemente hacia atrás—. Adelante, no perdamos ni un instante, pasen.
Se hizo a un lado y, con un estilizado gesto, les apremio para que pasaran. Algunas de las personas que estaban esperando afuera se acercaron, con la esperanza de poder intercambiar algunas palabras con el encargado, pero este las despidió rápidamente, alegando que se encontraba muy ocupado. Cerró la puerta y se giro hacían donde yacían los dos ninjas que había contratado.
—Tenía mis dudas sobre si enviarían a alguien que cumpliese mis requisitos…, pero veo que han cumplido fielmente —reconoció, sonriendo con satisfacción—. Tomen asiento, y veamos que tenemos aquí…
Señalo un par de sillas que yacían en la entrada, donde los jóvenes deberían de sentarse. Aquel espacio estaba restringido por una especie de gran cortina blanca, similar a la que cubría la fachada. Aquella tela impedía ver algo más allá del recibidor, como si aquel sujeto quisiera evitar las miradas curiosas.
—No se parece al tipo de disfraz que estaba imaginando. —le susurro a su compañero, haciendo referencia al finísimo y elaborado uniforme de mayordomo que portaba el peticionario.
—Genins… Con experiencia… Un Senju —el señor estaba cavilando mientras leía el contenido extra del pergamino—. ¡Madre mía! ¿En serio, me enviaron a un Hakagurē? Pensé que ya no quedaba ninguno en la villa…
El rostro del encargado se torció en una leve silueta de horror antes de posar su vista en el de ojos grises. Este último no pudo sino alzar los hombros en señal de incomprensión ante lo dicho por su jefe temporal. Aunque en el fondo sabia que de seguro era alguien que había conocido a algún miembro de su clan. El peticionario se llevo los dedos al tabique y respiro con profundidad.
—Chico… Por lo dioses, dime que no eres un fanático de los muertos que se la pasa predicando la buena nueva de la muerte y haciendo espectáculos grotescos o perturbadores.
—Esto… —No estaba seguro de cómo responder ante una pregunta tan comprometedora—. Entiendo lo que debe de estar imaginando —expreso, recordando la infamia que precedía a su familia—. Sin duda, las creencias de mi clan siguen siendo las mismas desde hace cientos de años, pero le puedo asegurar que el carácter escandaloso y extremista del mismo llego hasta la generación pasada.
No estaba seguro de que aquello fuese suficiente como para convencer a su empleador, pero si pudo notar como dejaba escapar un ligero suspiro y como su expresión se suavizaba un poco. Quizás fue que aquel hombre no llego a sentir ni un ápice de mentira viniendo de aquel muchachito de expresión serena.
—Bien —suspiro, dejando entrever un poco del cansancio y estrés que lo estaban agobiando—. De todas formas son los únicos que pude conseguir con mis muy exigentes requerimientos.
»Muchas emociones juntas, necesito un pequeño descanso… y algo caliente de beber ¿Quieren un café, jovenes?
—¡Muy bien! —canto aquel sujeto de cabellos blancos y espesos, peinados elegantemente hacia atrás—. Adelante, no perdamos ni un instante, pasen.
Se hizo a un lado y, con un estilizado gesto, les apremio para que pasaran. Algunas de las personas que estaban esperando afuera se acercaron, con la esperanza de poder intercambiar algunas palabras con el encargado, pero este las despidió rápidamente, alegando que se encontraba muy ocupado. Cerró la puerta y se giro hacían donde yacían los dos ninjas que había contratado.
—Tenía mis dudas sobre si enviarían a alguien que cumpliese mis requisitos…, pero veo que han cumplido fielmente —reconoció, sonriendo con satisfacción—. Tomen asiento, y veamos que tenemos aquí…
Señalo un par de sillas que yacían en la entrada, donde los jóvenes deberían de sentarse. Aquel espacio estaba restringido por una especie de gran cortina blanca, similar a la que cubría la fachada. Aquella tela impedía ver algo más allá del recibidor, como si aquel sujeto quisiera evitar las miradas curiosas.
—No se parece al tipo de disfraz que estaba imaginando. —le susurro a su compañero, haciendo referencia al finísimo y elaborado uniforme de mayordomo que portaba el peticionario.
—Genins… Con experiencia… Un Senju —el señor estaba cavilando mientras leía el contenido extra del pergamino—. ¡Madre mía! ¿En serio, me enviaron a un Hakagurē? Pensé que ya no quedaba ninguno en la villa…
El rostro del encargado se torció en una leve silueta de horror antes de posar su vista en el de ojos grises. Este último no pudo sino alzar los hombros en señal de incomprensión ante lo dicho por su jefe temporal. Aunque en el fondo sabia que de seguro era alguien que había conocido a algún miembro de su clan. El peticionario se llevo los dedos al tabique y respiro con profundidad.
—Chico… Por lo dioses, dime que no eres un fanático de los muertos que se la pasa predicando la buena nueva de la muerte y haciendo espectáculos grotescos o perturbadores.
—Esto… —No estaba seguro de cómo responder ante una pregunta tan comprometedora—. Entiendo lo que debe de estar imaginando —expreso, recordando la infamia que precedía a su familia—. Sin duda, las creencias de mi clan siguen siendo las mismas desde hace cientos de años, pero le puedo asegurar que el carácter escandaloso y extremista del mismo llego hasta la generación pasada.
No estaba seguro de que aquello fuese suficiente como para convencer a su empleador, pero si pudo notar como dejaba escapar un ligero suspiro y como su expresión se suavizaba un poco. Quizás fue que aquel hombre no llego a sentir ni un ápice de mentira viniendo de aquel muchachito de expresión serena.
—Bien —suspiro, dejando entrever un poco del cansancio y estrés que lo estaban agobiando—. De todas formas son los únicos que pude conseguir con mis muy exigentes requerimientos.
»Muchas emociones juntas, necesito un pequeño descanso… y algo caliente de beber ¿Quieren un café, jovenes?