21/05/2017, 13:04
(Última modificación: 21/05/2017, 13:04 por Aotsuki Ayame.)
Su acompañante siguió devorando su plato sin ningún tipo de piedad. La miraba por debajo de sus pestañas con fijeza y, cuando Ayame comenzaba a pensar que ignoraría su cambio de tema para seguir indagando sobre ella, habló:
—Claro, y si no, ¿qué otra cosa habría venido a hacer a ésta ciudad? —comentó, con aquella arrogancia suya.
—No sé. Quizás estabas sólo de turismo —contestó ella, encogiéndose de hombros, y se llevó algo de arroz a la boca. Bañado por la salsa del cordero, resultaba verdaderamente delicioso. No pudo evitar relamerse.
—Lo cierto es que nunca oí acerca de el supuesto fenómeno, me enteré hace unos días por una de sus propagandas colgadas en la aldea. Que no lo he visto, vamos, pero me parece que el nombre es un tanto exagerado. Qué línea de los Dioses ni queochocuartos, seguro que algún friki estudioso del clima sabría explicar lo que supuestamente sucede. Que irónico, ¿no? que un tipo como yo sea tan escéptico —añadió, mostrando sus terroríficos dientes en una sonrisa—. Ya sabes, teniendo en cuenta que quién sabe de qué océano provengo. ¡Jajaja!
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pensativa.
—Yo tampoco había oído hablar sobre ello. Y creo que si no hubiera sido por los carteles con los que han empapelado Amegakure, hoy no estaría aquí. —Bebió un par de tragos de su vaso de agua antes de continuar hablando—. Sobre el fenómeno en sí... No sé. Nunca he sido demasiado supersticiosa. Aunque en un mundo donde existen monstruos con colas gigantes capaces de destruir aldeas enteras y el chakra nos deja hacer cosas como caminar sobre el agua o tirar fuego por la boca, la idea de que existan dioses quizás no sea tan descabellada.
Calló un momento, con el cerebro trabajando a toda velocidad y el corazón latiéndole en las sienes. Se estaba adentrando más en aquel pantano, atraída por la luz fatal del pez pescador. Y lo sabía, pero la curiosidad pudo con ella. Y al final...
—¿Me permites hacer una pregunta? —dijo, con timidez—. ¿Todos los Hōzuki... sois así? Quiero decir... ¿Con... la piel azul y esos dientes?
«Como si fuérais peces.» Completó su cerebro. Pero Ayame aún guardaba la suficiente prudencia como para no resultar tan impertinente e intrusiva.
—Claro, y si no, ¿qué otra cosa habría venido a hacer a ésta ciudad? —comentó, con aquella arrogancia suya.
—No sé. Quizás estabas sólo de turismo —contestó ella, encogiéndose de hombros, y se llevó algo de arroz a la boca. Bañado por la salsa del cordero, resultaba verdaderamente delicioso. No pudo evitar relamerse.
—Lo cierto es que nunca oí acerca de el supuesto fenómeno, me enteré hace unos días por una de sus propagandas colgadas en la aldea. Que no lo he visto, vamos, pero me parece que el nombre es un tanto exagerado. Qué línea de los Dioses ni queochocuartos, seguro que algún friki estudioso del clima sabría explicar lo que supuestamente sucede. Que irónico, ¿no? que un tipo como yo sea tan escéptico —añadió, mostrando sus terroríficos dientes en una sonrisa—. Ya sabes, teniendo en cuenta que quién sabe de qué océano provengo. ¡Jajaja!
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pensativa.
—Yo tampoco había oído hablar sobre ello. Y creo que si no hubiera sido por los carteles con los que han empapelado Amegakure, hoy no estaría aquí. —Bebió un par de tragos de su vaso de agua antes de continuar hablando—. Sobre el fenómeno en sí... No sé. Nunca he sido demasiado supersticiosa. Aunque en un mundo donde existen monstruos con colas gigantes capaces de destruir aldeas enteras y el chakra nos deja hacer cosas como caminar sobre el agua o tirar fuego por la boca, la idea de que existan dioses quizás no sea tan descabellada.
Calló un momento, con el cerebro trabajando a toda velocidad y el corazón latiéndole en las sienes. Se estaba adentrando más en aquel pantano, atraída por la luz fatal del pez pescador. Y lo sabía, pero la curiosidad pudo con ella. Y al final...
—¿Me permites hacer una pregunta? —dijo, con timidez—. ¿Todos los Hōzuki... sois así? Quiero decir... ¿Con... la piel azul y esos dientes?
«Como si fuérais peces.» Completó su cerebro. Pero Ayame aún guardaba la suficiente prudencia como para no resultar tan impertinente e intrusiva.