21/05/2017, 21:25
(Última modificación: 29/07/2017, 02:16 por Amedama Daruu.)
El sibilante sonido de una silla desplazándose le hizo alzar la mirada. Daruu se había levantado, dejando la porción de pizza a medio comer en su plato.
—No... no tengo más hambre —dijo, ante la inquisitva mirada de Ayame y Kōri—. Disculpadme, pero creo que voy a irme a la cama. Mañana va a ser un día muy largo...
Y, antes de que cualquiera de los dos restantes pudiera decir o hacer algo al respecto, Daruu salió del comedor. El sonido de sus pisadas se alejó conforme subía los escalones que habrían de conducirle hasta la habitación. Ayame hizo el amago de levantarse para seguirle, pero Kōri negó con la cabeza.
—He... ¿He dicho algo malo...? —preguntó Ayame, con un nudo en la garganta.
—No. No lo has hecho. Algo debe estar reconcomiéndole por dentro. Será mejor que le dejemos un tiempo a solas.
Ayame hundió los hombros, impotente. Debía de ser algo verdaderamente malo para él si le había hecho dejar la pizza a medio comer. Y aunque su hermano le había afirmado que la extraña reacción de Daruu no había tenido que ver con sus palabras, no pudo evitar dejar de darle vueltas al asunto mientras masticaba con lentitud el último trozo de pizza que quedaba.
No tardaron más de diez minutos en terminar de cenar y levantarse de sus asientos. En completo silencio, subieron las escaleras. Sólo cuando llegaron al final de las mismas y se encontraron con Daruu, recordaron que era Kōri quien tenía las llaves de la habitación. Él se adelantó para abrir la puerta y les cedió paso con un gesto de su brazo. Ayame, que no sabía muy bien qué debía decir o cómo debía comportarse, decidió dejar espacio personal a su compañero. Se cambió de ropa en el cuarto de baño, se puso el pijama y, sin quitarse la bandana de la frente, se metió en su futón, tumbada hacia el lado izquierdo dándoles la espalda a sus dos compañeros y tapada prácticamente hasta el cuello.
—Buenas noches —dijo, con un hilo de voz.
—Buenas noches —respondió Kōri, a su lado.
—No... no tengo más hambre —dijo, ante la inquisitva mirada de Ayame y Kōri—. Disculpadme, pero creo que voy a irme a la cama. Mañana va a ser un día muy largo...
Y, antes de que cualquiera de los dos restantes pudiera decir o hacer algo al respecto, Daruu salió del comedor. El sonido de sus pisadas se alejó conforme subía los escalones que habrían de conducirle hasta la habitación. Ayame hizo el amago de levantarse para seguirle, pero Kōri negó con la cabeza.
—He... ¿He dicho algo malo...? —preguntó Ayame, con un nudo en la garganta.
—No. No lo has hecho. Algo debe estar reconcomiéndole por dentro. Será mejor que le dejemos un tiempo a solas.
Ayame hundió los hombros, impotente. Debía de ser algo verdaderamente malo para él si le había hecho dejar la pizza a medio comer. Y aunque su hermano le había afirmado que la extraña reacción de Daruu no había tenido que ver con sus palabras, no pudo evitar dejar de darle vueltas al asunto mientras masticaba con lentitud el último trozo de pizza que quedaba.
No tardaron más de diez minutos en terminar de cenar y levantarse de sus asientos. En completo silencio, subieron las escaleras. Sólo cuando llegaron al final de las mismas y se encontraron con Daruu, recordaron que era Kōri quien tenía las llaves de la habitación. Él se adelantó para abrir la puerta y les cedió paso con un gesto de su brazo. Ayame, que no sabía muy bien qué debía decir o cómo debía comportarse, decidió dejar espacio personal a su compañero. Se cambió de ropa en el cuarto de baño, se puso el pijama y, sin quitarse la bandana de la frente, se metió en su futón, tumbada hacia el lado izquierdo dándoles la espalda a sus dos compañeros y tapada prácticamente hasta el cuello.
—Buenas noches —dijo, con un hilo de voz.
—Buenas noches —respondió Kōri, a su lado.