22/05/2017, 20:05
En la entrada de la aldea, sobre el puente que cruzaba la zanja de más de cien metros de largo y que se hundía otras decenas de metros en las profundidades de la tierra y que servía a su vez de muro, un carro de madera tirado por dos caballos aguardaba pacientemente su llegada. Habían atado con cuerdas tensas y fuertes un objeto con forma de cubo, tapado por una tela, y que debía medir unos ocho metros cúbicos aproximadamente. A bordo del transporte, y a cargo de las riendas, dos hombres murmuraban entre sí. Sin embargo al ver aproximarse a la muchacha, uno de ellos alzó el brazo con una amplia sonrisa.
—¡Ey! ¿Tú eres la kunoichi que nos han adjudicado para la misión? —el hombre que había hablado era larguirucho y escuálido como un palo. Tenía el rostro afilado, los ojos verdes y los cabellos de un color similar a los de Ritsuko, rojos como el fuego—. Mi nombre es Daiko, y este fortachón de aquí es Gonken.
El apelativo no era casual. Gonken era un hombre más alto que Daiko, y visiblemente más fornido. Fácilmente podría ser dos veces Daiko. Tenía el pelo corto, oscuro, y sus ojos grisáceos observaban a la kunoichi con fijeza, como si estuviera evaluándola. Estudiándola.
—Bueno, ¿nos vamos? Nos espera un largo viaje hasta los Arrozales del Silencio —soltó una risilla zorruna, mientras le señalaba a Ritsuko con una mano el hueco que quedaba en la zona de carga.
—¡Ey! ¿Tú eres la kunoichi que nos han adjudicado para la misión? —el hombre que había hablado era larguirucho y escuálido como un palo. Tenía el rostro afilado, los ojos verdes y los cabellos de un color similar a los de Ritsuko, rojos como el fuego—. Mi nombre es Daiko, y este fortachón de aquí es Gonken.
El apelativo no era casual. Gonken era un hombre más alto que Daiko, y visiblemente más fornido. Fácilmente podría ser dos veces Daiko. Tenía el pelo corto, oscuro, y sus ojos grisáceos observaban a la kunoichi con fijeza, como si estuviera evaluándola. Estudiándola.
—Bueno, ¿nos vamos? Nos espera un largo viaje hasta los Arrozales del Silencio —soltó una risilla zorruna, mientras le señalaba a Ritsuko con una mano el hueco que quedaba en la zona de carga.