23/05/2017, 19:54
La kunoichi subió al carro, y sólo cuando los dos hombres se aseguraron de que se había acomodado, Gonken sacudió las riendas. Los caballos resoplaron ligeramente y, tras un ligero vaivén, el carro comenzó a moverse hacia el sur. Las tablas crujían y vibraban debajo del cuerpo de las tres personas que iban a bordo. Pero al menos Daiko y Gonken no parecían dar muestras de molestia. Ya debían de estar habituados a aquellos viajes tan ajetreados, sacudidos por la gravilla y la tierra del camino.
—Aaahh... Esto va a ser largo —comentó Daiko, con aquella risilla zorruna suya, mientras examinaba un pergamino que llevaba entre sus manos. Un mapa algo arrugado por el paso del tiempo y que reflejaba todo Ōnindo—. Casi un día entero, ¿no es así, Gonken?
El grandullón asintió sin una sola palabra.
—Pues tendremos que parar a mediodía para comer y descansar un poco, qué remedio... Oye, chica, aún no nos has dicho tu nombre —exclamó Daiko, que se había vuelto en su asiento hacia la muchacha, ensanchando aún más su sonrisa—. Y encima hace un calor de muerte, ¿no tienes sed? —añadió, agitando una cantimplora que había sacado de su bolsa.
—Aaahh... Esto va a ser largo —comentó Daiko, con aquella risilla zorruna suya, mientras examinaba un pergamino que llevaba entre sus manos. Un mapa algo arrugado por el paso del tiempo y que reflejaba todo Ōnindo—. Casi un día entero, ¿no es así, Gonken?
El grandullón asintió sin una sola palabra.
—Pues tendremos que parar a mediodía para comer y descansar un poco, qué remedio... Oye, chica, aún no nos has dicho tu nombre —exclamó Daiko, que se había vuelto en su asiento hacia la muchacha, ensanchando aún más su sonrisa—. Y encima hace un calor de muerte, ¿no tienes sed? —añadió, agitando una cantimplora que había sacado de su bolsa.