23/05/2017, 20:27
(Última modificación: 29/07/2017, 02:14 por Amedama Daruu.)
Kōri había sido el primero en despertarse. Con las primeras luces del alba, se había reincorporado en completo silencio y se había vestido sin que ninguno de sus dos acompañantes se percatara siquiera de la presencia del fantasma gélido. Sacó una pequeña cafetera, un hornillo portátil y un pequeño paquete de su bolsa de viaje. Enchufó el hornillo y colocó la cafetera sobre él. Llenó la parte inferior con agua del grifo y, tras desenvolver con cuidado el paquete, vertió algo de café sobre el filtro sin llegar a apelmazarlo. Volvió a enroscar la parte superior de la cafetera, pero dejó la tapa abierta, y entonces encendió el fuego. Kōri se apartó cierta distancia para alejarse del calor de la llama y entonces esperó hasta que el café subiera y empezara a salir el vapor. El olor del café inundó rápidamente la habitación. Sólo entonces apagó el fuego, y armado con un grueso trapo que había encontrado en el baño para evitar quemarse, sirvió el café en una copa ancha. Con un movimiento de su mano derecha creó tres cubitos de hielo y los dejó caer dentro. Mientras el café se enfriaba, tomó uno de los bollitos de vainilla de la bolsa que había sustraído de la mochila de Daruu y se lo llevó a la boca. Poco después de terminar el primero, sintió que uno de sus dos alumnos se había levantado y ahora se dirigía hacia su posición.
No le hacía falta girar la cabeza para saber de quién se trataba.
—¿Te importa? —escuchó la voz de Daruu, que se había sentado junto a él.
Kōri ni siquiera respondió. De todas maneras, su alumno ya se había sentado. Siguió en silencio, degustando su manjar, hasta que Daruu decidió volver a romper el silencio matutino.
—Lo siento... —dijo, y Kōri se volvió hacia él, interrogante. Aunque su rostro seguía reflejando la misma inexpresividad de siempre—. Por mi actitud de ayer. Al ver cómo habló Ayame de su padre... sentí que si no tenía algo por lo que luchar, me quedaría atrás. —El chico se miró la palma de la mano y cerró el puño con fuerza—. Entonces sentí algo que no había sentido nunca. Sentí que no quería perder. Ante nadie. Que quería ser bueno. Que quería ser mejor.
Daruu alzó la mirada, y sus iris perlados se encontraron con los gélidos iris del jonin.
—Ayúdame, Kōri-sensei. Ayúdame a ser fuerte. Y perdóname. Perdóname... por todo. Incluso... —Apartó la mirada, avergonzado—. ...no, por nada.
Kōri se mantuvo algunos segundos en silencio. Le pegó un nuevo bocado a su bollito de vainilla y después le pegó un sorbo a su café. La temperatura estaba perfecta. Entonces miró a Daruu de nuevo y después Ayame, que seguía durmiendo en su futón. Aunque...
—Os ayudaré. A los dos. Haré todo lo que esté en mi mano. En igualdad de condiciones, si es eso lo que temes, Daruu-kun —le dijo, volviéndose hacia él. Y entonces, aunque igual que desangelado que siempre, entrecerró ligeramente los ojos—. Es normal que sientas ese recelo, pero, como ninja y vuestro sensei, confío en mi capacidad para dejar los sentimientos a un lado.
»Sin embargo, debes tener cuidado con esa nueva aspiración tuya. El no querer perder puede llevar fácilmente al ansia de poder. Y ese ansia de poder puede llegar a convertirse en un arma de doble filo.
No le hacía falta girar la cabeza para saber de quién se trataba.
—¿Te importa? —escuchó la voz de Daruu, que se había sentado junto a él.
Kōri ni siquiera respondió. De todas maneras, su alumno ya se había sentado. Siguió en silencio, degustando su manjar, hasta que Daruu decidió volver a romper el silencio matutino.
—Lo siento... —dijo, y Kōri se volvió hacia él, interrogante. Aunque su rostro seguía reflejando la misma inexpresividad de siempre—. Por mi actitud de ayer. Al ver cómo habló Ayame de su padre... sentí que si no tenía algo por lo que luchar, me quedaría atrás. —El chico se miró la palma de la mano y cerró el puño con fuerza—. Entonces sentí algo que no había sentido nunca. Sentí que no quería perder. Ante nadie. Que quería ser bueno. Que quería ser mejor.
Daruu alzó la mirada, y sus iris perlados se encontraron con los gélidos iris del jonin.
—Ayúdame, Kōri-sensei. Ayúdame a ser fuerte. Y perdóname. Perdóname... por todo. Incluso... —Apartó la mirada, avergonzado—. ...no, por nada.
Kōri se mantuvo algunos segundos en silencio. Le pegó un nuevo bocado a su bollito de vainilla y después le pegó un sorbo a su café. La temperatura estaba perfecta. Entonces miró a Daruu de nuevo y después Ayame, que seguía durmiendo en su futón. Aunque...
—Os ayudaré. A los dos. Haré todo lo que esté en mi mano. En igualdad de condiciones, si es eso lo que temes, Daruu-kun —le dijo, volviéndose hacia él. Y entonces, aunque igual que desangelado que siempre, entrecerró ligeramente los ojos—. Es normal que sientas ese recelo, pero, como ninja y vuestro sensei, confío en mi capacidad para dejar los sentimientos a un lado.
»Sin embargo, debes tener cuidado con esa nueva aspiración tuya. El no querer perder puede llevar fácilmente al ansia de poder. Y ese ansia de poder puede llegar a convertirse en un arma de doble filo.