25/05/2017, 23:47
La dueña del local no era en absoluto lo suficientemente avispada como para darse cuenta de que Noemi estaba detrás del mostrador, menos aún cuando toda la tienda estaba patas arriba, de modo que simplemente dejó el paquete que llevaba bajo el brazo sobre el mostrador. Luego se dio media vuelta y desapareció tras la puerta corredera, cerrándola y bajando luego la persiana metálica. Tanto Noemi como Datsue —en su forma gatuna— pudieron oír perfectamente cómo la señora Tofu echaba el cierre de la reja, dejándolos allí dentro.
Por suerte para ambos, Akame había decidido seguir a su compañero, volviendo también sobre sus pasos hasta la tienda. Al ver a la mujer, decidió interceptarla y explicarle —sin dar detalles— que necesitarían acceso a la tienda durante la noche. La señora Tofu protestó, insultó y maldijo un rato hasta por fin dejarle las llaves.
El Uchiha abrió la persiana metálica de nuevo, entró y la cerró tras de sí.
—No hay kusareños en la costa —anunció nada más entrar, esperando que sus compañeros se revelasen.
Luego se acercó al mostrador y examinó el paquete, que resultó ser una caja de cartón con tres raciones de sushi en su interior. El Uchiha las abrió, repartiéndolas entre sus compañeros —si es que salían de sus escondites— para después devorar la suya.
Había anochecido hacía apenas media hora cuando los shinobi pudieron oír un ruido extraño fuera de la tienda; concretamente, en el callejón donde se ubicaba el contenedor de basura. Akame estaba oculto tras una estantería, con todos los músculos agarrotados después de tanto tiempo en la misma postura. Levantó un puño en silencio para alertar a sus compañeros, y extendió luego el índice para señalar la trampilla de deshechos.
Un chirrido agudo y suave se oyó desde fuera, como si alguien estuviese rascando el armazón metálico de la ventanilla. El Uchiha se mantuvo a la espera, y entonces...
Un perrito pequeño y de pelaje negro entró por la trampilla. Dio unos cuantos pasos con precaución, alargando el hocico para olfatear el aire. Debió detectar a los ninjas, porque se quedó fijamente mirando a las posiciones de cada uno de ellos. Pareció dudar sobre si seguir avanzando, y al final simplemente trató de agarrar un paquete de carne que estaba tirado en el suelo, junto al mostrador, y darse media vuelta para salir corriendo por la misma ventanilla por la que había entrado.
«¡Jodido chucho! ¿¡Era él!?».
Akame saltó de su posición a toda velocidad, abriendo la puerta corredera de la tienda y luego tratando de desbloquear la cerradura de la persiana metálica tan rápido como sus manos le permitían. Incluso si era un perro callejero, no pensaba dejarlo escapar.
Si alguno de sus compañeros trataba de perseguir al animal, lo encontraría corriendo callejón abajo con el paquete de carne en conserva entre las fauces.
Por suerte para ambos, Akame había decidido seguir a su compañero, volviendo también sobre sus pasos hasta la tienda. Al ver a la mujer, decidió interceptarla y explicarle —sin dar detalles— que necesitarían acceso a la tienda durante la noche. La señora Tofu protestó, insultó y maldijo un rato hasta por fin dejarle las llaves.
El Uchiha abrió la persiana metálica de nuevo, entró y la cerró tras de sí.
—No hay kusareños en la costa —anunció nada más entrar, esperando que sus compañeros se revelasen.
Luego se acercó al mostrador y examinó el paquete, que resultó ser una caja de cartón con tres raciones de sushi en su interior. El Uchiha las abrió, repartiéndolas entre sus compañeros —si es que salían de sus escondites— para después devorar la suya.
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Había anochecido hacía apenas media hora cuando los shinobi pudieron oír un ruido extraño fuera de la tienda; concretamente, en el callejón donde se ubicaba el contenedor de basura. Akame estaba oculto tras una estantería, con todos los músculos agarrotados después de tanto tiempo en la misma postura. Levantó un puño en silencio para alertar a sus compañeros, y extendió luego el índice para señalar la trampilla de deshechos.
Un chirrido agudo y suave se oyó desde fuera, como si alguien estuviese rascando el armazón metálico de la ventanilla. El Uchiha se mantuvo a la espera, y entonces...
Un perrito pequeño y de pelaje negro entró por la trampilla. Dio unos cuantos pasos con precaución, alargando el hocico para olfatear el aire. Debió detectar a los ninjas, porque se quedó fijamente mirando a las posiciones de cada uno de ellos. Pareció dudar sobre si seguir avanzando, y al final simplemente trató de agarrar un paquete de carne que estaba tirado en el suelo, junto al mostrador, y darse media vuelta para salir corriendo por la misma ventanilla por la que había entrado.
«¡Jodido chucho! ¿¡Era él!?».
Akame saltó de su posición a toda velocidad, abriendo la puerta corredera de la tienda y luego tratando de desbloquear la cerradura de la persiana metálica tan rápido como sus manos le permitían. Incluso si era un perro callejero, no pensaba dejarlo escapar.
Si alguno de sus compañeros trataba de perseguir al animal, lo encontraría corriendo callejón abajo con el paquete de carne en conserva entre las fauces.