26/05/2017, 16:31
(Última modificación: 27/05/2017, 11:45 por Uchiha Akame.)
El Uchiha consiguió por fin abrir el candado de la persiana metálica mientras sus compañeros se limitaban a esperar tras él. «¡Ya podrían hacer algo ellos, maldita sea!», blasfemó en su fuero interno. Pero no dijo nada; estaba demasiado concentrado en lo que tenía entre manos.
—¡Esta llave está hecha una mierda! —maldijo Akame entre dientes, golpeando el candado contra el suelo.
Con un característico clic, la cerradura cedió y el gennin quitó el pesado candado de acero. Agarró la persiana con ambas manos y la subió haciendo toda la fuerza que fue capaz mientras apretaba los dientes.
Una vez hubo suficiente espacio para pasar, Akame se agachó y, con pies veloces, dobló la esquina. Pasó corriendo junto al apestoso contenedor, con los ojos encendidos por el Sharingan, y divisó al perrito al final del callejón.
—Ah no, tú no te escapas... —masculló mientras su mano derecha hacía el sello del Tigre.
El Uchiha desapareció en un parpadeo y volvió a reaparecer junto al perro. Con ambas manos lo agarró fuertemente del lomo, levantándolo en peso y quitándole el paquete de carne en conserva que llevaba entre las fauces. El animal ladró y se revolvió, pero Akame no estaba dispuesto a soltarlo.
—¡Kaiyō!
Un gritito femenino sorprendió al shinobi, que giró rápidamente la cabeza escudriñando la oscuridad. En una esquina del callejón halló a dos niños que tendrían apenas cinco años, de piel sucia y ojos grandes.
—¡Deja en paz a Kaiyō! —le gritó la niña, sin atreverse a avanzar un paso más.
Tenía el pelo castaño largo y revuelto, muy sucio, repleto de nudos. Sus ojos eran color avellana y estaban anegados de lágrimas. El muchacho, que parecía algo más mayor que ella, compartía los mismos rasgos y vestimentas —apenas unos harapos mugrientos—.
—Tú... ¡Suelta a nuestro amigo o... o... o acabaré contigo!
—¡Esta llave está hecha una mierda! —maldijo Akame entre dientes, golpeando el candado contra el suelo.
Con un característico clic, la cerradura cedió y el gennin quitó el pesado candado de acero. Agarró la persiana con ambas manos y la subió haciendo toda la fuerza que fue capaz mientras apretaba los dientes.
Una vez hubo suficiente espacio para pasar, Akame se agachó y, con pies veloces, dobló la esquina. Pasó corriendo junto al apestoso contenedor, con los ojos encendidos por el Sharingan, y divisó al perrito al final del callejón.
—Ah no, tú no te escapas... —masculló mientras su mano derecha hacía el sello del Tigre.
El Uchiha desapareció en un parpadeo y volvió a reaparecer junto al perro. Con ambas manos lo agarró fuertemente del lomo, levantándolo en peso y quitándole el paquete de carne en conserva que llevaba entre las fauces. El animal ladró y se revolvió, pero Akame no estaba dispuesto a soltarlo.
—¡Kaiyō!
Un gritito femenino sorprendió al shinobi, que giró rápidamente la cabeza escudriñando la oscuridad. En una esquina del callejón halló a dos niños que tendrían apenas cinco años, de piel sucia y ojos grandes.
—¡Deja en paz a Kaiyō! —le gritó la niña, sin atreverse a avanzar un paso más.
Tenía el pelo castaño largo y revuelto, muy sucio, repleto de nudos. Sus ojos eran color avellana y estaban anegados de lágrimas. El muchacho, que parecía algo más mayor que ella, compartía los mismos rasgos y vestimentas —apenas unos harapos mugrientos—.
—Tú... ¡Suelta a nuestro amigo o... o... o acabaré contigo!