26/05/2017, 21:45
Su hermosa y delicada mano agarró mi común y plebeya camiseta, pidiendome que me quedara con ella. Obviamente en ese instante mi cuerpo entero se congelo, sin ninguna intención de moverse ni un solo milimetro lejos de ella. La miré, confuso, pero ella siguió mirando los dangos y hablando.
Es que... No sé qué decirte... Yo... Yo no sabía nada, Nabi-kun. Nunca había pensado en esto... Y sin embargo, ahora no sé por qué mi corazón va tan deprisa... Y me siento muy feliz... Es como algo nuevo que nunca había sentido...
Las palabras de Eri representaron una sinestesia perfecta, porque las pude oir con una dulzura que me hizo la boca agua. Como si tuviera bocas en las orejas y me metiera un bote de miel por ellas, pero esa miel no estaba hecha por abejas, sino por angeles que se dedican a cultivar el nectar más dulce incluso que la ambrosía.
La seguía mirando, atonito, mi rostro aún estaba pensando en qué cara poner cuando Eri me encaró, al borde del llanto y más roja que mi camiseta. En ese momento todos mis sistemas se resetearon para dar paso a la necesidad imperante de consolarla, pero ella no parecía querer dejarme.
— Pero... Yo... Yo quiero estar contigo, quiero... Quiero seguir sintiéndome así, y eres tú quien ha hecho que sienta esto... Por eso... Dame una oportunidad, Nabi-kun.
Otro ataque directo al corazón, otro de esos e igual acababa babeando en el suelo inconsciente de tanto placer. Por suerte, conseguí volver en mi cuando mi princesa se lanzó a mis brazos entre llantos, sentir la humedad pasar de sus ojos a mi camiseta me hizo comprender que había cosas más urgentes que celebrarlo.
Todo había sido tan rápido que ni siquiera sabía donde había dejado la caja con el palo de dangos, aunque sospechaba que la había tirado a tomar por culo cuando ví a Eri venir a abrazarme. Ahora mi brazo izquierdo la estrechaba con fuerza mientras con el diestro le acariciaba su preciosa cabecita.
— No seas tonta, soy yo el que te está pidiendo una oportunidad. Te prometo que puedo conseguir osos de peluche más grandes y poderosos... si tú quieres tener osos de peluche más grandes y poderosos, claro. Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
Seguía acariciando su pelo con delicadeza, tan suave, tan moradito.
Es que... No sé qué decirte... Yo... Yo no sabía nada, Nabi-kun. Nunca había pensado en esto... Y sin embargo, ahora no sé por qué mi corazón va tan deprisa... Y me siento muy feliz... Es como algo nuevo que nunca había sentido...
Las palabras de Eri representaron una sinestesia perfecta, porque las pude oir con una dulzura que me hizo la boca agua. Como si tuviera bocas en las orejas y me metiera un bote de miel por ellas, pero esa miel no estaba hecha por abejas, sino por angeles que se dedican a cultivar el nectar más dulce incluso que la ambrosía.
La seguía mirando, atonito, mi rostro aún estaba pensando en qué cara poner cuando Eri me encaró, al borde del llanto y más roja que mi camiseta. En ese momento todos mis sistemas se resetearon para dar paso a la necesidad imperante de consolarla, pero ella no parecía querer dejarme.
— Pero... Yo... Yo quiero estar contigo, quiero... Quiero seguir sintiéndome así, y eres tú quien ha hecho que sienta esto... Por eso... Dame una oportunidad, Nabi-kun.
Otro ataque directo al corazón, otro de esos e igual acababa babeando en el suelo inconsciente de tanto placer. Por suerte, conseguí volver en mi cuando mi princesa se lanzó a mis brazos entre llantos, sentir la humedad pasar de sus ojos a mi camiseta me hizo comprender que había cosas más urgentes que celebrarlo.
Todo había sido tan rápido que ni siquiera sabía donde había dejado la caja con el palo de dangos, aunque sospechaba que la había tirado a tomar por culo cuando ví a Eri venir a abrazarme. Ahora mi brazo izquierdo la estrechaba con fuerza mientras con el diestro le acariciaba su preciosa cabecita.
— No seas tonta, soy yo el que te está pidiendo una oportunidad. Te prometo que puedo conseguir osos de peluche más grandes y poderosos... si tú quieres tener osos de peluche más grandes y poderosos, claro. Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
Seguía acariciando su pelo con delicadeza, tan suave, tan moradito.
—Nabi—