27/05/2017, 11:55
La respuesta de Akame a las burlas de su compañero no fue más que dedicarle una mirada cargada de autoridad. Estaban en una misión, quien hubiera tenido o tuviese razón no era relevante; sólo necesitaban terminar el trabajo... Cosa que se les antojaba bastante fácil. «Parece claro que este trío son los responsables».
El Uchiha abrió los dedos de su mano diestra y liberó al perrito, que cayó al suelo, se revolvió con miedo y corrió a refugiarse junto a sus amigos. La niña lo abrazó con fuerza, sin darse cuenta de que ella misma estaba temblando. El niño, también aterrado, trató de mantenerse firme.
Sin embargo, cuando Datsue les inquirió, la niña empezó a llorar. Él trataba de contener las lágrimas que inundaban sus ojos, pero cuando habló, lo hizo con un hilo de voz.
—Por favor... Sólo queríamos comer... Por favor... ¡Tenemos mucha hambre!
Cuando Noemi se dio media vuelta, anunciando que iría a buscar a la dueña de la tienda, la niña empezó a llorar a moco tendido y el chico suplicó una vez más, con el rostro desencajado de terror.
—¡No! ¡Por favor! ¡Esa vieja llamará a los guardias! ¡Nos pegarán hasta que se harten!
Akame observaba la situación sin decir palabra. Su mirada, que había recuperado aquel tono azabache tan característico, pasaba del perro a los niños y luego al perro otra vez. En su fuero interno, una voz temblorosa repetía sin cesar...
«Soy un profesional... Soy un maldito profesional...»
El Uchiha abrió los dedos de su mano diestra y liberó al perrito, que cayó al suelo, se revolvió con miedo y corrió a refugiarse junto a sus amigos. La niña lo abrazó con fuerza, sin darse cuenta de que ella misma estaba temblando. El niño, también aterrado, trató de mantenerse firme.
Sin embargo, cuando Datsue les inquirió, la niña empezó a llorar. Él trataba de contener las lágrimas que inundaban sus ojos, pero cuando habló, lo hizo con un hilo de voz.
—Por favor... Sólo queríamos comer... Por favor... ¡Tenemos mucha hambre!
Cuando Noemi se dio media vuelta, anunciando que iría a buscar a la dueña de la tienda, la niña empezó a llorar a moco tendido y el chico suplicó una vez más, con el rostro desencajado de terror.
—¡No! ¡Por favor! ¡Esa vieja llamará a los guardias! ¡Nos pegarán hasta que se harten!
Akame observaba la situación sin decir palabra. Su mirada, que había recuperado aquel tono azabache tan característico, pasaba del perro a los niños y luego al perro otra vez. En su fuero interno, una voz temblorosa repetía sin cesar...
«Soy un profesional... Soy un maldito profesional...»