27/05/2017, 19:44
(Última modificación: 29/07/2017, 02:17 por Amedama Daruu.)
El trío avanzaba en su viaje de regreso a casa sumidos en un tenso silencio. En su travesía por los Campos y Montañas de la Tormenta, Ayame se había empeñado en no establecer contacto visual con nadie y Kōri mantenía el ritmo con la caja firmemente sujeta entre sus brazos. Sin embargo, el jonin también actuaba de forma algo extraña. Movía los dedos de vez en cuando y sus ojos estaban firmemente clavados en la caja. Y es que estaba experimentando algo que hacía muchísimo tiempo que no sentía.
Frío.
—Kōri sensei —le llamó Daruu en un momento del viaje, sujetándole por la capa de viaje—. Deberíamos parar.
El genin le miró de manera significativa a los ojos y después posó su mirada en la caja. Kōri asintió con firmeza y se atrevió a dejar la caja en el suelo. El tiempo no tenía pinta de que fuera a tener piedad con ellos por lo que, mientras Ayame y Daruu montaban un improvisado campamento con tres sacos de dormir dispuestos en forma de triángulo, Kōri respiró hondo, realizó una serie de sellos y después alzó las manos. El aire se congeló de manera rápida a su alrededor y el agua de la lluvia se congeló formando bloques de hielo que se amontonaron en forma de un iglú que los rodeaba a los tres. De esa manera quedarían guarecidos de la tormenta del exterior. Ajeno a las miradas de asombro y admiración de sus dos alumnos, sacó una pequeña lámpara con batería de hidrólisis de su mochila y la encendió entre los tres sacos de dormir.
—No puedo evitar veros la cara... —intervino Daruu, con un trozo de pizza en su mano. Había bajado la mirada, apesadumbrado—. De verdad que os lo quiero contar, pero no puedo, mamá no quiere que se sepa. Es sólo... muy frío. Se echa en cantidades muy pequeñas. No supone ningún mal, sólo deja las cosas fresquitas. Por eso los bollitos siempre parecen sacados de la nevera.
—No tienes que darnos explicaciones, Daruu-kun —le rectificó Kōri, que estaba frotándose las manos para desentumecérselas—. Somos ninjas y estamos cumpliendo una misión. Si tenemos orden de no conocer la naturaleza de una mercancía, debemos acatarlas.
El silencio se condensó dentro del iglú durante varios minutos. Ayame se había sentado sobre su saco de dormir, abrazándose las rodillas y con el rostro prácticamente oculto entre estas. Al final, no pudo contenerse por más tiempo.
—No se puede decir que haya sido de mucha ayuda durante esta misión —balbuceó, con un hilo de voz—. Si hubiéseis ido tú y Kōri no habría habido ninguna diferencia...
Se interrumpió con un apretado nudo en la base de la garganta. Le dolía. Le dolía mucho. Ella quería hacer cosas. Quería sentirse útil. Quería que todos la reconocieran. Pero en aquella misión no había podido hacer absolutamente nada. Daruu había sido el encargado de recoger la mercancía, Kōri de transportarla y ella...
Ella sólo se había dado un agradable paseo hasta Yukio.
Frío.
—Kōri sensei —le llamó Daruu en un momento del viaje, sujetándole por la capa de viaje—. Deberíamos parar.
El genin le miró de manera significativa a los ojos y después posó su mirada en la caja. Kōri asintió con firmeza y se atrevió a dejar la caja en el suelo. El tiempo no tenía pinta de que fuera a tener piedad con ellos por lo que, mientras Ayame y Daruu montaban un improvisado campamento con tres sacos de dormir dispuestos en forma de triángulo, Kōri respiró hondo, realizó una serie de sellos y después alzó las manos. El aire se congeló de manera rápida a su alrededor y el agua de la lluvia se congeló formando bloques de hielo que se amontonaron en forma de un iglú que los rodeaba a los tres. De esa manera quedarían guarecidos de la tormenta del exterior. Ajeno a las miradas de asombro y admiración de sus dos alumnos, sacó una pequeña lámpara con batería de hidrólisis de su mochila y la encendió entre los tres sacos de dormir.
—No puedo evitar veros la cara... —intervino Daruu, con un trozo de pizza en su mano. Había bajado la mirada, apesadumbrado—. De verdad que os lo quiero contar, pero no puedo, mamá no quiere que se sepa. Es sólo... muy frío. Se echa en cantidades muy pequeñas. No supone ningún mal, sólo deja las cosas fresquitas. Por eso los bollitos siempre parecen sacados de la nevera.
—No tienes que darnos explicaciones, Daruu-kun —le rectificó Kōri, que estaba frotándose las manos para desentumecérselas—. Somos ninjas y estamos cumpliendo una misión. Si tenemos orden de no conocer la naturaleza de una mercancía, debemos acatarlas.
El silencio se condensó dentro del iglú durante varios minutos. Ayame se había sentado sobre su saco de dormir, abrazándose las rodillas y con el rostro prácticamente oculto entre estas. Al final, no pudo contenerse por más tiempo.
—No se puede decir que haya sido de mucha ayuda durante esta misión —balbuceó, con un hilo de voz—. Si hubiéseis ido tú y Kōri no habría habido ninguna diferencia...
Se interrumpió con un apretado nudo en la base de la garganta. Le dolía. Le dolía mucho. Ella quería hacer cosas. Quería sentirse útil. Quería que todos la reconocieran. Pero en aquella misión no había podido hacer absolutamente nada. Daruu había sido el encargado de recoger la mercancía, Kōri de transportarla y ella...
Ella sólo se había dado un agradable paseo hasta Yukio.