29/05/2017, 16:07
Los chicos temblaban como flanes y sus ojos estaban anegados en lágrimas, pero las palabras de Datsue no hizo sino darles firmeza. Ambos niños se echaron sobre el perro, abrazándolo con fuerza mientras el animal se mantenía —tan aterrado como ellos— estoico ante los ninjas. Akame les dedicó una mirada dura como la pizarra.
—¡No! —lloriqueó la niña—. Kaiyō es nuestro amigo, ¡nunca le abandonaremos!
El niño, por su parte, alzó la vista y clavó sus ojos avellanados y lacrimosos en los de Datsue.
—A los ladrones nos llaman basura... ¡Pero los que abandonan a sus amigos son peor que basura! —gritó, desgañitándose.
Akame le devolvió la mirada a su compañero; en ella había una mezcla de emociones que nisiquiera él mismo era capaz de descrifrar. Nunca, en todos sus años en Tengu, en su corta vida como shinobi, se había visto en una situación igual. Su memoria se remontó un poco más allá, a las peligrosas y embarradas calles de Tanzaku, y creyó entender...
Pronto sacó esos pensamientos de su cabeza. Dio un par de pasos hasta colocarse a un lado de los chicos y el perro, cortándoles el paso.
—Andando, muchachos —les instó, y sus ojos volvieron a resplandecer con el brillo de la sangre—. Seguid a mi compañero.
El Uchiha esperó entonces a que Datsue emprendiese la marcha que él cerraría, asegurándose de que ninguno de los pilluelos ni tampoco el perro intentase escapar.
Al final de la calle, tras la esquina, se pudieron escuchar varios gritos. «Parece la señora Tofu... Hay que darse prisa». Akame lanzó una mirada a su compañero y apremió a los niños gesticulando con las manos. Tenía la impresión de que algo estaba a punto de salirse de madre.
La dueña de la tienda abrió los ojos desorbitadamente cuando Noemi le respondió con altivez. Roja de ira, se acercó a la kunoichi, sacó un pergamino de uno de los bolsillos de su kimono y empezó a agitarlo frente a la chica.
—¿¡Con quién estoy hablando!? ¿¡Con quién estoy hablando!? —gritó, repitiendo la frase de Noemi—. ¡Te diré con quién estoy hablando, maldita niñata descreída! ¿¡Sabes cuánto he pagado por tus servicios, rubita tonta!? ¡Vuelve a hablarme de esa manera y me aseguraré de informar de todo a tus superiores! ¡No encontrarás trabajo ni fregando escaleras!
La señora Tofu se dio media vuelta, tratando de calmarse, y luego exigió con autoridad.
—¿Qué porquería hablas de trato? ¿Acaso me vas a decir cómo gestionar mi negocio? ¡Pero serás descarada! ¡Llévame con tus compañeros ahora mismo!
—¡No! —lloriqueó la niña—. Kaiyō es nuestro amigo, ¡nunca le abandonaremos!
El niño, por su parte, alzó la vista y clavó sus ojos avellanados y lacrimosos en los de Datsue.
—A los ladrones nos llaman basura... ¡Pero los que abandonan a sus amigos son peor que basura! —gritó, desgañitándose.
Akame le devolvió la mirada a su compañero; en ella había una mezcla de emociones que nisiquiera él mismo era capaz de descrifrar. Nunca, en todos sus años en Tengu, en su corta vida como shinobi, se había visto en una situación igual. Su memoria se remontó un poco más allá, a las peligrosas y embarradas calles de Tanzaku, y creyó entender...
Pronto sacó esos pensamientos de su cabeza. Dio un par de pasos hasta colocarse a un lado de los chicos y el perro, cortándoles el paso.
—Andando, muchachos —les instó, y sus ojos volvieron a resplandecer con el brillo de la sangre—. Seguid a mi compañero.
El Uchiha esperó entonces a que Datsue emprendiese la marcha que él cerraría, asegurándose de que ninguno de los pilluelos ni tampoco el perro intentase escapar.
Al final de la calle, tras la esquina, se pudieron escuchar varios gritos. «Parece la señora Tofu... Hay que darse prisa». Akame lanzó una mirada a su compañero y apremió a los niños gesticulando con las manos. Tenía la impresión de que algo estaba a punto de salirse de madre.
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La dueña de la tienda abrió los ojos desorbitadamente cuando Noemi le respondió con altivez. Roja de ira, se acercó a la kunoichi, sacó un pergamino de uno de los bolsillos de su kimono y empezó a agitarlo frente a la chica.
—¿¡Con quién estoy hablando!? ¿¡Con quién estoy hablando!? —gritó, repitiendo la frase de Noemi—. ¡Te diré con quién estoy hablando, maldita niñata descreída! ¿¡Sabes cuánto he pagado por tus servicios, rubita tonta!? ¡Vuelve a hablarme de esa manera y me aseguraré de informar de todo a tus superiores! ¡No encontrarás trabajo ni fregando escaleras!
La señora Tofu se dio media vuelta, tratando de calmarse, y luego exigió con autoridad.
—¿Qué porquería hablas de trato? ¿Acaso me vas a decir cómo gestionar mi negocio? ¡Pero serás descarada! ¡Llévame con tus compañeros ahora mismo!