30/05/2017, 00:52
—¡Ya lo creo que lo haré! ¡Verás cuando se lo diga a...!
La dueña del local interrumpió su griterío cuando los dos Uchiha doblaron la esquina, acompañados de dos niños mugrientos y un perro no mucho más limpio. Con una mirada de anticipación y triunfo en el rostro, la señora Tofu se acercó a los gennin.
—¡Ah, de modo que estos criminales eran los responsables! —exclamó con notable satisfacción—. ¿Pensábais que podíais robar a Tofu Rin, eh? ¡Pues estáis muy equivocados!
Akame no pudo evitar desviar la mirada de aquella mujer, cuyos gritos ya estaban empezando a molestarle. Parecía que la dueña de la tienda no sabía resolver las cosas de otro modo más que a voces; «empiezo a comprender por qué el señor Tofu es un borracho redomado... No hay manera de aguantar esto siete días a la semana estando sobrio...».
Cuando Noemi pasó por su lado con cara de pocos amigos, Akame se limitó a encogerse levemente de hombros. «Es el trabajo», se dijo para sí mismo, y su voz sonó mucho menos convencida de lo que a él le hubiese gustado. Pero, sea como fuere, no podía dejar que aquellas dudas transluciesen al exterior. Era un ninja del Remolino, un Uchiha, y, sobre todo... Un condenado profesional. Así había de vivir y morir.
—Si no le importa, firme aquí por favor —pidió el Uchiha, extendiéndole a la señora el pergamino de misión.
Tofu Rin asintió, complacida, y desapareció tras la puerta corredera de la tienda. En mitad de la noche veraniega, los niños parecían aterrados y confusos a partes iguales. El chico se dedicaba, de vez en cuando, a lanzarles miradas de odio a los dos Uchiha; y la niña no se despegaba de su fiel amigo canino.
—Aquí está, ¡estupendo!
La dueña firmó donde debía y luego se volvió hacia los infantes.
—Pequeños ladronzuelos... —escupió con patente desprecio—. Esperad a que llame a los guardias.
Akame, por su parte, había tenido suficiente por aquel día —y noche—. Viendo que Noemi había tomado su propio camino, dio media vuelta en dirección contraria y empezó a caminar calle arriba; no sin antes hacerle un ligero gesto a Datsue para que le siguiera. Era casi media noche, demasiado tarde para volver a Uzu, pero... Había llegado hasta sus oídos cierto plan que podía ser interesante para la noche.
La dueña del local interrumpió su griterío cuando los dos Uchiha doblaron la esquina, acompañados de dos niños mugrientos y un perro no mucho más limpio. Con una mirada de anticipación y triunfo en el rostro, la señora Tofu se acercó a los gennin.
—¡Ah, de modo que estos criminales eran los responsables! —exclamó con notable satisfacción—. ¿Pensábais que podíais robar a Tofu Rin, eh? ¡Pues estáis muy equivocados!
Akame no pudo evitar desviar la mirada de aquella mujer, cuyos gritos ya estaban empezando a molestarle. Parecía que la dueña de la tienda no sabía resolver las cosas de otro modo más que a voces; «empiezo a comprender por qué el señor Tofu es un borracho redomado... No hay manera de aguantar esto siete días a la semana estando sobrio...».
Cuando Noemi pasó por su lado con cara de pocos amigos, Akame se limitó a encogerse levemente de hombros. «Es el trabajo», se dijo para sí mismo, y su voz sonó mucho menos convencida de lo que a él le hubiese gustado. Pero, sea como fuere, no podía dejar que aquellas dudas transluciesen al exterior. Era un ninja del Remolino, un Uchiha, y, sobre todo... Un condenado profesional. Así había de vivir y morir.
—Si no le importa, firme aquí por favor —pidió el Uchiha, extendiéndole a la señora el pergamino de misión.
Tofu Rin asintió, complacida, y desapareció tras la puerta corredera de la tienda. En mitad de la noche veraniega, los niños parecían aterrados y confusos a partes iguales. El chico se dedicaba, de vez en cuando, a lanzarles miradas de odio a los dos Uchiha; y la niña no se despegaba de su fiel amigo canino.
—Aquí está, ¡estupendo!
La dueña firmó donde debía y luego se volvió hacia los infantes.
—Pequeños ladronzuelos... —escupió con patente desprecio—. Esperad a que llame a los guardias.
Akame, por su parte, había tenido suficiente por aquel día —y noche—. Viendo que Noemi había tomado su propio camino, dio media vuelta en dirección contraria y empezó a caminar calle arriba; no sin antes hacerle un ligero gesto a Datsue para que le siguiera. Era casi media noche, demasiado tarde para volver a Uzu, pero... Había llegado hasta sus oídos cierto plan que podía ser interesante para la noche.