30/05/2017, 01:51
La dueña de la tienda retorció su rostro surcado de arrugas de varias formas. Con intriga primero, sorpresa después, indignación y poco más tarde... Y finalmente unas ligeras betas de miedo. Tofu Rin era una mujer a la que la vida no había regalado nada; todo cuanto tenía lo había conseguido con el sudor de su frente. Llevaba el negocio casi en solitario —el borracho de su marido no contaba—, y había logrado hacerse un hueco entre los proveedores de la distinguida nobleza de Yamiria.
Por esa misma razón, la sola mención a algo que pudiera manchar el buen nombre de su local era para ella peor que un veneno.
—¿¡Tu compañero!? ¿Pero, por qué? ¿¡Qué significa esto!? —balbuceó, confusa—. ¡Y me pidió que firmara, el muy sabandija!
Datsue pudo ver como las manos huesudas de la mujer se apretaban en torno a la copia del pergamino de misión que, como cliente, tenía.
Por esa misma razón, la sola mención a algo que pudiera manchar el buen nombre de su local era para ella peor que un veneno.
—¿¡Tu compañero!? ¿Pero, por qué? ¿¡Qué significa esto!? —balbuceó, confusa—. ¡Y me pidió que firmara, el muy sabandija!
Datsue pudo ver como las manos huesudas de la mujer se apretaban en torno a la copia del pergamino de misión que, como cliente, tenía.