30/05/2017, 20:45
(Última modificación: 29/07/2017, 02:18 por Amedama Daruu.)
Daruu se había adelantado un paso, acercándose peligrosamente a las refulgentes manos de Kōri, que estudiaba a su alumno con un extraño brillo en sus ojos gélidos mientras Ayame seguía llorando a lágrima viva a su espalda. Después de unos segundos de contacto visual, El Hielo bajó los brazos y el brillo se desvaneció de sus palmas.
—Yo sólo quería decirte que pensar mal de ti misma es lo que te está frenando más, y creo que nos conocemos poco, pero de lo poco que nos conocemos ya me ha quedado claro —Ayame se sobresaltó al escuchar la voz de su compañero de misión justo frente a ella—. Quería ayudar, y a veces para ayudar hay que decir la verdad a la cara. No quiero herirte, nunca he querido herirte. Pero cuando te ayudé a aprobar el examen tenías el mismo problema. Te sentías inútil. Y sentirte inútil te acaba haciendo inútil.
Ayame se agarró con fuerza el uwagi a la altura del pecho, intentando contener el dolor que sentía en aquellos instantes. Ella, que era capaz de evitar en mayor o menor medida el dolor físico, era completamente vulnerable al dolor emocional. Y ya había descubierto en más de una ocasiones que, en muchos casos, podía a llegar a ser incluso peor. Al cabo de unos segundos se atrevió a alzar la mirada hacia Daruu. Él había extendido los dedos índice y corazón en el ceremonial símbolo de la reconciliación. Y Ayame los entrelazó con los suyos entre renovados llantos.
A sus espaldas, Kōri suspiró en silencio.
—Para mi eres una compañera de equipo más en esta misión. ¿Qué pasa si hubiera surgido algún inconveniente? Habrías tenido que intervenir tú. Pero es que... ¡no quiero tener que convencerte de estas cosas, porque es lo que buscas! ¡Te tienes que sentir bien tú misma, si no, vas a estar siempre buscando que alguien te confirme que eres útil!
»Pero sobretodo, Ayame, yo quería que fuésemos amigos. Ninguno de los dos hicimos ningún amigo en la academia. Creía que lo recordarías, pero me has dicho que no nos conocemos de nada. Eso me ha dolido... Y te he dicho esas cosas tan horribles. Lo siento.
—S... sí... —se esforzó en responder, asintiendo enérgicamente.
—Siento esta actitud tan vergonzosa y poco profesional —añadió, volviéndose hacia Kōri, y el jonin asintió, conforme—. Volvamos a la aldea
Ayame se obligó a enjugarse las lágrimas y reincorporarse. Sin embargo, en el último momento se vio acorralada por los ojos de Daruu.
—Espero pelear contigo algún día. Espero también que sea en otros términos más amables... —le dijo, y Ayame desvió la mirada, no demasiado convencida con la idea. Sin embargo, no quería regresar al mismo tema de sus inseguridades, por lo que asintió débilmente—. ¿Nos vamos?
El trío reanudó la marcha tras aquel trago amargo. Kōri le pasó la mochila de viaje a Ayame para aligerar su propia carga y después volvió a coger en brazos la misteriosa caja heladora. La kunoichi ya había perdido todo interés en su contenido. Aunque no había visto saciada su curiosidad, le achacaba a aquella caja todo el mal rato que acababan de pasar.
«Qué estúpida he sido... He estado a punto de perder al único amigo de verdad que he conseguido hacer...» Se lamentaba en silencio.
Siguieron la travesía por los Campos y Montañas de la Tormenta sin mayores sobresaltos. De vez en cuando paraban a descansar para comer o para que Kōri pudiera descansar las manos de aquel frío constante. Al cabo de un día de viaje, aproximadamente, Ayame divisó las oscuras siluetas de los edificios en ruinas de la Ciudad Fantasma hacia el este y no pudo evitar detenerse durante un breve instante con un extraño pálpito.
«Un día tengo que ir allí... Después de visitar el Valle del Fin.» Decidió.
—Yo sólo quería decirte que pensar mal de ti misma es lo que te está frenando más, y creo que nos conocemos poco, pero de lo poco que nos conocemos ya me ha quedado claro —Ayame se sobresaltó al escuchar la voz de su compañero de misión justo frente a ella—. Quería ayudar, y a veces para ayudar hay que decir la verdad a la cara. No quiero herirte, nunca he querido herirte. Pero cuando te ayudé a aprobar el examen tenías el mismo problema. Te sentías inútil. Y sentirte inútil te acaba haciendo inútil.
Ayame se agarró con fuerza el uwagi a la altura del pecho, intentando contener el dolor que sentía en aquellos instantes. Ella, que era capaz de evitar en mayor o menor medida el dolor físico, era completamente vulnerable al dolor emocional. Y ya había descubierto en más de una ocasiones que, en muchos casos, podía a llegar a ser incluso peor. Al cabo de unos segundos se atrevió a alzar la mirada hacia Daruu. Él había extendido los dedos índice y corazón en el ceremonial símbolo de la reconciliación. Y Ayame los entrelazó con los suyos entre renovados llantos.
A sus espaldas, Kōri suspiró en silencio.
—Para mi eres una compañera de equipo más en esta misión. ¿Qué pasa si hubiera surgido algún inconveniente? Habrías tenido que intervenir tú. Pero es que... ¡no quiero tener que convencerte de estas cosas, porque es lo que buscas! ¡Te tienes que sentir bien tú misma, si no, vas a estar siempre buscando que alguien te confirme que eres útil!
»Pero sobretodo, Ayame, yo quería que fuésemos amigos. Ninguno de los dos hicimos ningún amigo en la academia. Creía que lo recordarías, pero me has dicho que no nos conocemos de nada. Eso me ha dolido... Y te he dicho esas cosas tan horribles. Lo siento.
—S... sí... —se esforzó en responder, asintiendo enérgicamente.
—Siento esta actitud tan vergonzosa y poco profesional —añadió, volviéndose hacia Kōri, y el jonin asintió, conforme—. Volvamos a la aldea
Ayame se obligó a enjugarse las lágrimas y reincorporarse. Sin embargo, en el último momento se vio acorralada por los ojos de Daruu.
—Espero pelear contigo algún día. Espero también que sea en otros términos más amables... —le dijo, y Ayame desvió la mirada, no demasiado convencida con la idea. Sin embargo, no quería regresar al mismo tema de sus inseguridades, por lo que asintió débilmente—. ¿Nos vamos?
El trío reanudó la marcha tras aquel trago amargo. Kōri le pasó la mochila de viaje a Ayame para aligerar su propia carga y después volvió a coger en brazos la misteriosa caja heladora. La kunoichi ya había perdido todo interés en su contenido. Aunque no había visto saciada su curiosidad, le achacaba a aquella caja todo el mal rato que acababan de pasar.
«Qué estúpida he sido... He estado a punto de perder al único amigo de verdad que he conseguido hacer...» Se lamentaba en silencio.
Siguieron la travesía por los Campos y Montañas de la Tormenta sin mayores sobresaltos. De vez en cuando paraban a descansar para comer o para que Kōri pudiera descansar las manos de aquel frío constante. Al cabo de un día de viaje, aproximadamente, Ayame divisó las oscuras siluetas de los edificios en ruinas de la Ciudad Fantasma hacia el este y no pudo evitar detenerse durante un breve instante con un extraño pálpito.
«Un día tengo que ir allí... Después de visitar el Valle del Fin.» Decidió.