31/05/2017, 20:27
—¡Menos mal que me has avisado, yo ya tenía pensado quedarme de picnic! —exclamó Nabi a sus espaldas, por encima del estruendo.
Y Ayame no pudo evitarlo. Pese a la situación en la que se encontraban, se rio. Aunque no tenía mucho tiempo para hacerlo, un rugido a sus espaldas le recordó que tenían a un enorme cocodrilo pisándoles los talones. Y, a pesar de su tamaño, aquel reptil era capaz de correr verdaderamente rápido. El suelo temblaba bajo el galope de sus zarpas y, lenta pero inexorablemente, iba recortando la distancia que los separaban. Sus fauces cada vez estaban más cerca, Ayame ya podía escuchar el jadeo intermitente de la respiración del animal y en su nuca, su mirada afilada clavada. Iba a convertirlos en un mero tentempié y no iban a poder hacer nada por evitarlo, porque sólo eran dos genin debiluchos incapaces de hacer frente a algo tan grande y fuerte como aquello.
De repente, la temperatura del ambiente descendió varios grados. El cocodrilo volvió a rugir, enrabiado, y cuando Ayame giró la cabeza comprobó que sus patas habían sido atrapadas por una capa de hielo que había recubierto el suelo por debajo de él.
Jadeó, aliviada, y apretó aún más el paso. En cuestión de minutos, Senju y ella consiguieron salir del bosque y volver a la seguridad del Puente Kannabi. Y Ayame se dejó caer en el suelo de piedra entre fatigados resuellos de esfuerzo.
—Por... poco... —balbuceó, con el corazón a cien por hora.
Demasiadas emociones fuertes en un tiempo demasiado corto.
Y Ayame no pudo evitarlo. Pese a la situación en la que se encontraban, se rio. Aunque no tenía mucho tiempo para hacerlo, un rugido a sus espaldas le recordó que tenían a un enorme cocodrilo pisándoles los talones. Y, a pesar de su tamaño, aquel reptil era capaz de correr verdaderamente rápido. El suelo temblaba bajo el galope de sus zarpas y, lenta pero inexorablemente, iba recortando la distancia que los separaban. Sus fauces cada vez estaban más cerca, Ayame ya podía escuchar el jadeo intermitente de la respiración del animal y en su nuca, su mirada afilada clavada. Iba a convertirlos en un mero tentempié y no iban a poder hacer nada por evitarlo, porque sólo eran dos genin debiluchos incapaces de hacer frente a algo tan grande y fuerte como aquello.
De repente, la temperatura del ambiente descendió varios grados. El cocodrilo volvió a rugir, enrabiado, y cuando Ayame giró la cabeza comprobó que sus patas habían sido atrapadas por una capa de hielo que había recubierto el suelo por debajo de él.
Jadeó, aliviada, y apretó aún más el paso. En cuestión de minutos, Senju y ella consiguieron salir del bosque y volver a la seguridad del Puente Kannabi. Y Ayame se dejó caer en el suelo de piedra entre fatigados resuellos de esfuerzo.
—Por... poco... —balbuceó, con el corazón a cien por hora.
Demasiadas emociones fuertes en un tiempo demasiado corto.