1/06/2017, 00:30
(Última modificación: 29/07/2017, 02:18 por Amedama Daruu.)
Tras la conversación de Ayame y Daruu el trío continuó su camino, y aún tuvieron que acampar una noche más antes de llegar a su destino. Kori demostró no ser tan invulnerable al frío como habían pensado, o quizás fueron las fresas las que habían demostrado ser gélidas como varios glaciares condensados en un sólo cubito de hielo.
De cualquier forma, habían llegado a Amegakure. El puente de entrada estaba cada vez más cerca. Y la mente de Daruu cada vez más lejos. En su casa. En su cama. En sus sueños.
—¡Llegamos! Ah... Estoy deseando darme una buena ducha... Esto... Realizaremos más misiones juntos, ¿verdad...? —preguntó Ayame, y se ruborizó. Daruu no pudo sostenerle más de un segundo la mirada.
—Esto... Sí, claro... Por mí, estupendo —tartamudeó—. Además, creo que a los dos nos vendría bien aprender más de Kori-sensei, ya sabes...
Recordó el incidente de hacía un par de días y dibujó en el rostro un ligero mohín de disgusto.
—Qué ganas de llegar a casa...
El trío cruzó el puente y se internó en las abarrotadas calles de Amegakure. Fue una suerte disponer tanto de Kori como de las fresas shiroshimo, porque el frío que emanaban entre ellos dos era suficiente para que la gente se apartase ella sóla de su camino.
Pararon frente al escaparate de la Pastelería de Kiroe-chan, que a esas horas todavía estaba cerrada. Daruu se asomó a la puerta y, a través de los cristales, distinguió la silueta de su madre detrás de la barra. Llamó dos veces e introdujo la llave en la cerradura.
—¡Misión cumplida, mamá!
Kiroe sonrió y dirigió la mirada hacia ellos. En cuanto Kori entró por la puerta, se llevó las manos a la cara y ahogó un grito.
—¿¡Con las manos desnudas!? ¡Rápido, Kori-san! ¡Ponlas en una mesa!
De cualquier forma, habían llegado a Amegakure. El puente de entrada estaba cada vez más cerca. Y la mente de Daruu cada vez más lejos. En su casa. En su cama. En sus sueños.
—¡Llegamos! Ah... Estoy deseando darme una buena ducha... Esto... Realizaremos más misiones juntos, ¿verdad...? —preguntó Ayame, y se ruborizó. Daruu no pudo sostenerle más de un segundo la mirada.
—Esto... Sí, claro... Por mí, estupendo —tartamudeó—. Además, creo que a los dos nos vendría bien aprender más de Kori-sensei, ya sabes...
Recordó el incidente de hacía un par de días y dibujó en el rostro un ligero mohín de disgusto.
—Qué ganas de llegar a casa...
El trío cruzó el puente y se internó en las abarrotadas calles de Amegakure. Fue una suerte disponer tanto de Kori como de las fresas shiroshimo, porque el frío que emanaban entre ellos dos era suficiente para que la gente se apartase ella sóla de su camino.
Pararon frente al escaparate de la Pastelería de Kiroe-chan, que a esas horas todavía estaba cerrada. Daruu se asomó a la puerta y, a través de los cristales, distinguió la silueta de su madre detrás de la barra. Llamó dos veces e introdujo la llave en la cerradura.
—¡Misión cumplida, mamá!
Kiroe sonrió y dirigió la mirada hacia ellos. En cuanto Kori entró por la puerta, se llevó las manos a la cara y ahogó un grito.
—¿¡Con las manos desnudas!? ¡Rápido, Kori-san! ¡Ponlas en una mesa!