1/06/2017, 17:20
Akame se dio la vuelta y vio a otro chico allí. Parecía tener más o menos su misma edad —aunque su rostro, lampiño, podía restarle años a su apariencia— y exhibía una particularidad; era totalmente calvo. El Uchiha continuó examinando la figura del extraño hasta que halló lo que buscaba —su bandana—. No obstante, ésta no era del Remolino, tal y como Akame esperaba, sino de la Lluvia. «¿Un amenio? ¿Qué está haciendo aquí?». Ni corto ni perezoso, el Uchiha se aproximó con paso firme pero escéptico.
—Amejin-san —saludó, con una leve inclinación de cabeza—. ¿Qué te trae hasta este lugar? Este es el santuario erigido al dolor de Uzushiogakure, si tus intenciones no son buenas... Márchate.
El gennin se sorprendió a sí mismo. Era impropio de él hablar en ese tono a un extraño, menos a un compañero de profesión, y aun así había encontrado gran placer en hacerlo. «¿Qué me pasa?». Era como si el vacío que llenaba su estómago se hiciese un poco más pequeño al regarlo con un poco de ira.
Trató de contener aquel sentimiento. Dejarse dominar por sus emociones sería una deshonra para su maestra, Kunie.
—Amejin-san —saludó, con una leve inclinación de cabeza—. ¿Qué te trae hasta este lugar? Este es el santuario erigido al dolor de Uzushiogakure, si tus intenciones no son buenas... Márchate.
El gennin se sorprendió a sí mismo. Era impropio de él hablar en ese tono a un extraño, menos a un compañero de profesión, y aun así había encontrado gran placer en hacerlo. «¿Qué me pasa?». Era como si el vacío que llenaba su estómago se hiciese un poco más pequeño al regarlo con un poco de ira.
Trató de contener aquel sentimiento. Dejarse dominar por sus emociones sería una deshonra para su maestra, Kunie.