2/06/2017, 17:33
(Última modificación: 2/06/2017, 17:34 por Umikiba Kaido.)
—¿Nos vemos entonces dentro de una hora? —preguntó ella, ligeramente ansiosa por salir de las fauces del tiburón. Kaido asintió apropiadamente, y contestó.
—Hecho. Nos vemos en la recepción.
Jiru-sama reunía a sus huéspedes en la sala de estar, allí a dónde yacía la recepción del hostal. Cuando Kaido llegó hasta la concentración pudo contar a no más de diez personas, en su mayoría adultos, y tan sólo un par de niños más jóvenes que él y su compañera Ayame, quien al parecer aún no había llegado.
El tiburón buscó a su alrededor con cierta insistencia, sintiéndose en la necesidad de cuidar a aquella muchacha luego del pequeño show en el que se vieron envueltos, siendo que no quería problema con ella ni con nadie en su aldea. Si algo le llegase a pasar, sola, en un pueblo lejano, él sería el primer sospechoso.
De cualquier forma, aún era temprano. La dueña del hotelucho saludaba a cada quien, y los organizaba en pequeños grupos de cuatro, dejando por último al mismo escualo.
—¡Kaido-san! ¿cómo estuvo el almuerzo, te gustó el cordero?
—Estaba bueno, sí. Pero no vine aquí a degustar platillos exóticos, Jiru-chan, quiero ver la jodida línea de los Dioses. ¿Cuánto nos falta para partir?
—No seas impaciente, querido. Sólo falta que llegue la última huésped.
Evidentemente, se refería a Ayame.
—Hecho. Nos vemos en la recepción.
***
Jiru-sama reunía a sus huéspedes en la sala de estar, allí a dónde yacía la recepción del hostal. Cuando Kaido llegó hasta la concentración pudo contar a no más de diez personas, en su mayoría adultos, y tan sólo un par de niños más jóvenes que él y su compañera Ayame, quien al parecer aún no había llegado.
El tiburón buscó a su alrededor con cierta insistencia, sintiéndose en la necesidad de cuidar a aquella muchacha luego del pequeño show en el que se vieron envueltos, siendo que no quería problema con ella ni con nadie en su aldea. Si algo le llegase a pasar, sola, en un pueblo lejano, él sería el primer sospechoso.
De cualquier forma, aún era temprano. La dueña del hotelucho saludaba a cada quien, y los organizaba en pequeños grupos de cuatro, dejando por último al mismo escualo.
—¡Kaido-san! ¿cómo estuvo el almuerzo, te gustó el cordero?
—Estaba bueno, sí. Pero no vine aquí a degustar platillos exóticos, Jiru-chan, quiero ver la jodida línea de los Dioses. ¿Cuánto nos falta para partir?
—No seas impaciente, querido. Sólo falta que llegue la última huésped.
Evidentemente, se refería a Ayame.