28/06/2015, 21:06
Como si hubiese encontrado a una especie de diosa del agua a la que idolatrar, Ayame se veía incapaz de apartar sus grandes ojos castaños destilantes de admiración de la figura de Kiroe. Nunca creía que le ocurriría algo así, pero había encontrado a alguien a la que seguir, alguien a la que imitar para alcanzar el dominio perfecto del Suiton. Y tal era su fascinación que ni siquiera se dio cuenta de que Daruu se mantenía algo apartado de la escena hasta que Kiroe le pidió que les disculpara para poder limpiar todo el estropicio.
—Puedo ayud... —comenzó a decir, pero la mujer la empujaba gentilmente hacia la puerta, y cuando le recordó que su padre debía estar esperándola palideció súbitamente—. Oh...
La iba a matar. La iba a desollar por tardar tanto en volver a casa. Y después la colgaría de los pulgares por llegar empapada de los pies a la cabeza.
—A... ¡Adiós, Daruu-san! —se apresuró a responder, pero el muchacho había desaparecido escaleras arriba y nunca llegaría a saber si la habría escuchado. Sin embargo, con los pies en el umbral de la puerta, Kiroe dejó caer una frase que cayó sobre ella como un pesado mazo—. C... ¿¡Cómo!? ¡No! ¡Sólo somos...!
La puerta se cerró con un delicado chasquido.
—Amigos...
¿Eran siquiera eso? Pese a que eran vecinos y habían ido juntos a la academia, no se habían dirigido la palabra más que para lo estrictamente necesario. No se equivocaría si afirmara que aquel había sido, prácticamente, su primer contacto. Pero no podía negar que le caía bien, que había sentido una natural conexión con él desde el primer momento y que aquel combate de entrenamiento había despertado un nuevo sentimiento en ella.
«Además, es guapo...» Susurró una maliciosa vocecilla en su mente, pero la muchacha sacudió la cabeza enseguida y se dio media vuelta. Echó a correr, y no le llevó ni medio minuto el llegar al portal de su edificio.
Su hogar se encontraba en el décimo piso, por lo que durante el largo trayecto en el ascensor propulsado a vapor, la muchacha se esforzaba inútilmente por escurrir al máximo posible sus cabellos y sus ropas. Pero era evidente que no iba a poder secarse en apenas dos minutos, y algo dentro de ella se revolvió de terror.
—Ay... lo bien que me vendría un poco del fuego de Daruu-san... —se lamentó, y justo en ese momento...
Ding. Había llegado a su destino.
Ayame tragó saliva una última vez y se obligó a esbozar la sonrisa más radiante que fue capaz. Sacó las llaves de su casa de uno de los bolsillos de su pantalón y la puerta principal se abrió con un silencioso chasquido.
—¡Ya estoy en cas...!
Pero Zetsuo ya sabía que había vuelto. Lo sabía perfectamente, porque estaba frente a la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho y su dedo índice tamborileaba amenazador sobre su bíceps. Parecía que estaba a punto de regañalarla, cuando sus chispeantes ojos aguamarina se fijaron en la bandana que lucía sobre la frente. Ayame no dudó en aprovechar la oportunidad.
—¡He aprobado! ¡Ya soy genin!
Su padre se quedó congelado durante unos instantes, como si no supiera qué debía hacer o decir. Finalmente, y con torpeza, alzó la mano y la apoyó sobre su cabeza.
—Tal y como esperaba de ti —dijo, y aquella simple frase la llenó de felicidad. Pero Zetsuo dejó caer la mano hasta su hombro, y entonces hizo algo más de presión—. Pero eso no te va a librar de que hayas llegado tan tarde y calada como una jodida trucha de río.
«Oh, no...»
Pero un delicioso aroma provenía de la cocina, y Ayame supo que durante su ausencia habían preparado una comida especial para celebrar su ascenso...
—Puedo ayud... —comenzó a decir, pero la mujer la empujaba gentilmente hacia la puerta, y cuando le recordó que su padre debía estar esperándola palideció súbitamente—. Oh...
La iba a matar. La iba a desollar por tardar tanto en volver a casa. Y después la colgaría de los pulgares por llegar empapada de los pies a la cabeza.
—A... ¡Adiós, Daruu-san! —se apresuró a responder, pero el muchacho había desaparecido escaleras arriba y nunca llegaría a saber si la habría escuchado. Sin embargo, con los pies en el umbral de la puerta, Kiroe dejó caer una frase que cayó sobre ella como un pesado mazo—. C... ¿¡Cómo!? ¡No! ¡Sólo somos...!
La puerta se cerró con un delicado chasquido.
—Amigos...
¿Eran siquiera eso? Pese a que eran vecinos y habían ido juntos a la academia, no se habían dirigido la palabra más que para lo estrictamente necesario. No se equivocaría si afirmara que aquel había sido, prácticamente, su primer contacto. Pero no podía negar que le caía bien, que había sentido una natural conexión con él desde el primer momento y que aquel combate de entrenamiento había despertado un nuevo sentimiento en ella.
«Además, es guapo...» Susurró una maliciosa vocecilla en su mente, pero la muchacha sacudió la cabeza enseguida y se dio media vuelta. Echó a correr, y no le llevó ni medio minuto el llegar al portal de su edificio.
Su hogar se encontraba en el décimo piso, por lo que durante el largo trayecto en el ascensor propulsado a vapor, la muchacha se esforzaba inútilmente por escurrir al máximo posible sus cabellos y sus ropas. Pero era evidente que no iba a poder secarse en apenas dos minutos, y algo dentro de ella se revolvió de terror.
—Ay... lo bien que me vendría un poco del fuego de Daruu-san... —se lamentó, y justo en ese momento...
Ding. Había llegado a su destino.
Ayame tragó saliva una última vez y se obligó a esbozar la sonrisa más radiante que fue capaz. Sacó las llaves de su casa de uno de los bolsillos de su pantalón y la puerta principal se abrió con un silencioso chasquido.
—¡Ya estoy en cas...!
Pero Zetsuo ya sabía que había vuelto. Lo sabía perfectamente, porque estaba frente a la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho y su dedo índice tamborileaba amenazador sobre su bíceps. Parecía que estaba a punto de regañalarla, cuando sus chispeantes ojos aguamarina se fijaron en la bandana que lucía sobre la frente. Ayame no dudó en aprovechar la oportunidad.
—¡He aprobado! ¡Ya soy genin!
Su padre se quedó congelado durante unos instantes, como si no supiera qué debía hacer o decir. Finalmente, y con torpeza, alzó la mano y la apoyó sobre su cabeza.
—Tal y como esperaba de ti —dijo, y aquella simple frase la llenó de felicidad. Pero Zetsuo dejó caer la mano hasta su hombro, y entonces hizo algo más de presión—. Pero eso no te va a librar de que hayas llegado tan tarde y calada como una jodida trucha de río.
«Oh, no...»
Pero un delicioso aroma provenía de la cocina, y Ayame supo que durante su ausencia habían preparado una comida especial para celebrar su ascenso...