4/06/2017, 01:00
(Última modificación: 29/07/2017, 02:21 por Amedama Daruu.)
—¿A... Ayame? —La voz de Daruu, detrás de ella, le hizo pegar un brinco.
Ayame se apresuró a guardar el espejito en el bolsillo de su pantalón, pero tal había sido el susto que se había llevado que estuvo a punto de tirarlo al suelo.
—D... ¡Daruu-san! ¡Hola! —le saludó con torpeza y una sonrisa temblando en sus labios.
—Me alegro de ver... verte. ¿Cómo estás? —dijo él, extrañamente nervioso y con las manos tras la espalda—. Te... te he traído una cosita.
—¿Eh...?
—¡Fe... FELIZ CUMPLEAÑOS! —rojo como un tomate, Daruu descubrió lo que llevaba escondido y se lo tendió con las manos temblorosas. Un pequeño paquete blanco atado con un bonito lazo rojo. Cuando Ayame lo tomó, se fijó en que en el cartón del embalaje había dibujados un montón de peces de diferentes tipos y colores—. S... sé que fue ayer, p-pero estuve muy ocupado haciéndote esto y... y...
—Tú... lo sabías... —balbuceó Ayame, con un hilo de voz—. Y te has acordado...
—¡Ay, ábrelo ya!
Ella obedeció. Con manos temblorosas, tomó un extremo del lazo rojo, tiró de él para deshacerlo y después abrió el paquete.
—Ay... —Ayame se vio obligada a morderse el labio para contener las lágrimas que estaban inundando sus ojos a toda velocidad.
Era un taiyaki como el que había pedido en la pastelería de su madre la primera vez que estuvieron juntos y no llegó a probar. Pero no era un taiyaki cualquiera. Aquel dulce con forma de pez estaba decorado de azul, con brillantes estrellas de colores de pasta dulce por encima y con un mensaje en su aleta pectoral que rezaba: "Felicidades, Ayame-chan: eres la mejor compañera".
—Lo... lo he hecho yo. Lo he horneado... Es-espero que te guste. Si no tienes hambre te lo puedes g-guardar para otro m-momento.
—N... no tenías por qué haberte... molestado... —murmuró Ayame, con la cabeza gacha. No podía mirarle a la cara, porque si lo hacía, él vería que estaba llorando. Nunca nadie, aparte de su familia, se había acordado jamás de su cumpleaños. Nadie aparte de su padre y su hermano le había hecho un regalo jamás. Y mucho menos un regalo con tanto sentimiento puesto en él. Los hombros de Ayame temblaron incontrolablemente y, sin poder contenerse durante más tiempo, se abalanzó sobre Daruu y lo abrazó entre lágrimas—. ¡Gracias! ¡Muchas gracias, Daruu-kun! ¡Es precioso!
Ayame se apresuró a guardar el espejito en el bolsillo de su pantalón, pero tal había sido el susto que se había llevado que estuvo a punto de tirarlo al suelo.
—D... ¡Daruu-san! ¡Hola! —le saludó con torpeza y una sonrisa temblando en sus labios.
—Me alegro de ver... verte. ¿Cómo estás? —dijo él, extrañamente nervioso y con las manos tras la espalda—. Te... te he traído una cosita.
—¿Eh...?
—¡Fe... FELIZ CUMPLEAÑOS! —rojo como un tomate, Daruu descubrió lo que llevaba escondido y se lo tendió con las manos temblorosas. Un pequeño paquete blanco atado con un bonito lazo rojo. Cuando Ayame lo tomó, se fijó en que en el cartón del embalaje había dibujados un montón de peces de diferentes tipos y colores—. S... sé que fue ayer, p-pero estuve muy ocupado haciéndote esto y... y...
—Tú... lo sabías... —balbuceó Ayame, con un hilo de voz—. Y te has acordado...
—¡Ay, ábrelo ya!
Ella obedeció. Con manos temblorosas, tomó un extremo del lazo rojo, tiró de él para deshacerlo y después abrió el paquete.
—Ay... —Ayame se vio obligada a morderse el labio para contener las lágrimas que estaban inundando sus ojos a toda velocidad.
Era un taiyaki como el que había pedido en la pastelería de su madre la primera vez que estuvieron juntos y no llegó a probar. Pero no era un taiyaki cualquiera. Aquel dulce con forma de pez estaba decorado de azul, con brillantes estrellas de colores de pasta dulce por encima y con un mensaje en su aleta pectoral que rezaba: "Felicidades, Ayame-chan: eres la mejor compañera".
—Lo... lo he hecho yo. Lo he horneado... Es-espero que te guste. Si no tienes hambre te lo puedes g-guardar para otro m-momento.
—N... no tenías por qué haberte... molestado... —murmuró Ayame, con la cabeza gacha. No podía mirarle a la cara, porque si lo hacía, él vería que estaba llorando. Nunca nadie, aparte de su familia, se había acordado jamás de su cumpleaños. Nadie aparte de su padre y su hermano le había hecho un regalo jamás. Y mucho menos un regalo con tanto sentimiento puesto en él. Los hombros de Ayame temblaron incontrolablemente y, sin poder contenerse durante más tiempo, se abalanzó sobre Daruu y lo abrazó entre lágrimas—. ¡Gracias! ¡Muchas gracias, Daruu-kun! ¡Es precioso!