4/06/2017, 18:25
Por fortuna, Kaido asintió a la propuesta de Ayame. Ella, tras una última sonrisa cordial, salió de la cocina y volvió a dirigirse a su habitación de hotel. En realidad, tenía más bien poco que preparar. Tan solo había sido una burda excusa para no seguir rozando el tema de los Hōzuki. Y por eso, simplemente se dedicó a pasar el tiempo tumbada en su cama, con los brazos cruzados detrás de la nuca y pensando en que debía andarse con mucho cuidado a partir de ahora con cada una de las preguntas que formulaba y las respuestas que daba.
Se despertó agitada, consciente de que se había dormido cuando no debería haberlo hecho y cuando miró el reloj que se encontraba en la pared sintió que el corazón le dejaba de palpitar momentáneamente. Habían pasado diez minutos desde las cuatro.
—¡Maldita sea! —exclamó, levantándose de golpe y saliendo de la habitación a toda pastilla.
Al menos no se olvidó de coger las llaves de la habitación y cerrar la puerta detrás de ella, con las prisas. Bajó las escaleras como una flecha y se presentó entre resonados jadeos en la recepción. Por suerte, allí seguían aún. Un grupo de algo menos de unas diez personas, con un par de chiquillos nada más. Entre ellos, Ayame no tardó en distinguir la piel azulada de Kaido y, algo más allá, a Jiru.
—¡Lo siento! —exclamó, entre pronunciadas reverencias.
...
Se despertó agitada, consciente de que se había dormido cuando no debería haberlo hecho y cuando miró el reloj que se encontraba en la pared sintió que el corazón le dejaba de palpitar momentáneamente. Habían pasado diez minutos desde las cuatro.
—¡Maldita sea! —exclamó, levantándose de golpe y saliendo de la habitación a toda pastilla.
Al menos no se olvidó de coger las llaves de la habitación y cerrar la puerta detrás de ella, con las prisas. Bajó las escaleras como una flecha y se presentó entre resonados jadeos en la recepción. Por suerte, allí seguían aún. Un grupo de algo menos de unas diez personas, con un par de chiquillos nada más. Entre ellos, Ayame no tardó en distinguir la piel azulada de Kaido y, algo más allá, a Jiru.
—¡Lo siento! —exclamó, entre pronunciadas reverencias.