5/06/2017, 11:22
(Última modificación: 29/07/2017, 02:21 por Amedama Daruu.)
—A... Ayame. Yo... yo... Tú... me, me... me gu... —balbuceó Daruu, sacándola de su éxtasis inicial.
No se había dado cuenta de lo que había hecho. El impulso la había dominado y sólo en aquel instante fue consciente de lo próxima que estaba a Daruu, de la calidez de su cuerpo, de la humedad que cubría sus ropas mojadas por la lluvia.
—A... Ayame. Tu hermano... está aquí —insistió él, pero Ayame ya se había apartado a toda prisa, ruborizada hasta las orejas. No había necesitado el aviso, había sido la gélida presencia de su hermano, que los observaba a una escasa distancia sin ningún rastro de emoción en el rostro, la que la había devuelto a la realidad.
—Ay... perdona... y... yo... ¡Hola, hermano!
—"Kōri-sensei" —la corrigió él, con crudeza. Su gesto, como era habitual en él, no mostraba signos de enfado, decepción o emoción. Más bien era como si el asunto fuera totalmente ajeno a él, como si estuviese contemplando la escena a través de una pantalla de la más fría indiferencia. Se acercó a sus dos alumnos y les tendió un nuevo pergamino—. Los datos de nuestra segunda misión.
Abrazada a la cajita que contenía su preciado taiyaki, Ayame esperó a que Daruu rompiera el sello de cera y abriera el pergamino.
—Ca... ¿Cañerías...? —balbuceó Ayame, profundamente asqueada—. ¿Esto es en serio?
Kōri asintió.
—¿Alguna duda al respecto?
No se había dado cuenta de lo que había hecho. El impulso la había dominado y sólo en aquel instante fue consciente de lo próxima que estaba a Daruu, de la calidez de su cuerpo, de la humedad que cubría sus ropas mojadas por la lluvia.
—A... Ayame. Tu hermano... está aquí —insistió él, pero Ayame ya se había apartado a toda prisa, ruborizada hasta las orejas. No había necesitado el aviso, había sido la gélida presencia de su hermano, que los observaba a una escasa distancia sin ningún rastro de emoción en el rostro, la que la había devuelto a la realidad.
—Ay... perdona... y... yo... ¡Hola, hermano!
—"Kōri-sensei" —la corrigió él, con crudeza. Su gesto, como era habitual en él, no mostraba signos de enfado, decepción o emoción. Más bien era como si el asunto fuera totalmente ajeno a él, como si estuviese contemplando la escena a través de una pantalla de la más fría indiferencia. Se acercó a sus dos alumnos y les tendió un nuevo pergamino—. Los datos de nuestra segunda misión.
Abrazada a la cajita que contenía su preciado taiyaki, Ayame esperó a que Daruu rompiera el sello de cera y abriera el pergamino.
—Ca... ¿Cañerías...? —balbuceó Ayame, profundamente asqueada—. ¿Esto es en serio?
Kōri asintió.
—¿Alguna duda al respecto?