5/06/2017, 19:19
La travesía continuó durante algunas horas más. El asfixiante calor del mediodía había ido remitiendo conforme avanzaba la tarde, y al final se quedó en un atardecer bastante agradable. Lástima que, en la situación en la que se encontraba, Ritsuko no podía disfrutar de ella. Pese a sus continuos esfuerzos, las sogas no cedían ni un ápice. Estaba claro que Daiko y Gonken sabían lo que se hacían. Sabían bien cómo atar a un shinobi para inutilizarle.
El grupo llegó a Tane-shigai cuando el Sol ya se había puesto, sin embargo, Gonken condujo a los caballos hacia las afueras de la capital, en un rincón bastante disimulado entre casas bajas, más bien sumido en la penumbra y sin demasiado jaleo. A cualquier luz, parecían el típico barrio de mala guisa de cualquier ciudad. El carromato se detuvo en seco, y los dos hombres bajaron de él sin prestar atención a la jaula en la que viajaba Ritsuko.
—Vale, Gonken, vigílala —escuchó la voz de Daiko tras la sábana—. Yo voy a buscar a mis contactos, estoy seguro de que entre ellos habrá más de un interesado por la chica. Y ni se te ocurra pifiarla.
»Ah, sí. Asegúrate de prepararla para la ocasión. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Un seco gruñido y después el sonido de los pasos alejándose. Daiko se había marchado, y Ritsuko se había quedado a solas con el grandullón que no parecía prestar demasiada atención a su existencia. En su lugar, se movió de aquí para allá y, tras varios minutos de ajetreo y dos secos chasquidos, escuchó el crepitar de las llamas y sintió la calidez del fuego en su piel. Parecía que se había encendido un fuego para hacer más amena la espera.
El grupo llegó a Tane-shigai cuando el Sol ya se había puesto, sin embargo, Gonken condujo a los caballos hacia las afueras de la capital, en un rincón bastante disimulado entre casas bajas, más bien sumido en la penumbra y sin demasiado jaleo. A cualquier luz, parecían el típico barrio de mala guisa de cualquier ciudad. El carromato se detuvo en seco, y los dos hombres bajaron de él sin prestar atención a la jaula en la que viajaba Ritsuko.
—Vale, Gonken, vigílala —escuchó la voz de Daiko tras la sábana—. Yo voy a buscar a mis contactos, estoy seguro de que entre ellos habrá más de un interesado por la chica. Y ni se te ocurra pifiarla.
»Ah, sí. Asegúrate de prepararla para la ocasión. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Un seco gruñido y después el sonido de los pasos alejándose. Daiko se había marchado, y Ritsuko se había quedado a solas con el grandullón que no parecía prestar demasiada atención a su existencia. En su lugar, se movió de aquí para allá y, tras varios minutos de ajetreo y dos secos chasquidos, escuchó el crepitar de las llamas y sintió la calidez del fuego en su piel. Parecía que se había encendido un fuego para hacer más amena la espera.