8/06/2017, 19:44
(Última modificación: 29/07/2017, 02:22 por Amedama Daruu.)
—¡No la conozco! —respondió Daruu, y volvió a dirigir la vista al edificio—. La verdad es que de pequeño solía leer siempre Las Aventuras de Sherokku. ¿Sabes? Va de un detective ninja pésimo con un ayudante, Watushou-san, que es el verdadero genio. Sherokku suele hacer las deducciones tarde, cuando ya todo es bien obvio, y Watushou siempre tiene que decirle: ¡NO ME DIGAS, SHEROKKU! —exclamó, con la emoción de un actor sobre el escenario.
Ayame rio al verle, pero cuando estaba a punto de responder, los dos guardias de la entrada de la torre llamaron su atención.
—Ups. Vamos allá.
Se acercaron a los dos hombres, que los miraban con el ceño fruncido pero con un deje de curiosidad. En sus puestos de gárgolas vivientes, no debían de estar muy acostumbrados a las visitas. Y menos si eran de dos chiquillos como aquellos.
—Venimos a revisar el problema de cañerías del señor Dōkan —explicó—. ¿Saben donde está la incidencia?
—¿Vosotros sois los dos genin que solicitó Kanemochi-sama? Mostradnos el pergamino —Ayame miró de reojo a Daruu, expectante. Y cuando el chico hiciera lo que se le había ordenado, el chunin se giró para dejarles paso al interior de la torre—. Entonces pasad. Creemos que debe estar en el último piso. Podéis subir en el ascensor. ¡Buena suerte, renacuajos!
«¿Renacuajos?» Pensó Ayame, alzando una ceja. Pero no dijo nada al respecto. Sin embargo, cuando pasó junto al hombre se fijó en su sonrisa. Una sonrisa surcada por dientes afilados como cuchillas como los de un tiburón. Los dientes de un Hōzuki.
Ayame sintió un escalofrío y la sangre se evaporó de su rostro, pero no dijo nada al respecto y entró con Daruu en el edificio.
Por suerte para ellos, pese a las escasas ventanas que tenía el lugar, estaba bastante bien iluminado. Varias velas dispersas aquí y allá se encargaban de ahuyentar las tinieblas con sus titilantes llamas. Lo que parecía ser la recepción del rascacielos también estaba también construida en piedra, pero aparte de varios muebles en deplorable estado, no había allí nada más destacable que unas escaleras a la derecha del salón y un ascensor similar al del edificio de la Arashikage al fondo.
—Este sitio me da escalofríos... —comentó Ayame, abrazándose los costados. Era como si se estuvieran adentrando en un edificio en ruinas y en cualquier momento los fantasmas del pasado fueran a atravesar las paredes para engullirlos.
Se dirigieron hacia el ascensor, tal y como el guardia les había indicado. La cabina era tan pequeña que a duras penas cabían los dos bien apretados. En el panel de control, una ristra enorme de botones con sus respectivos números abarcaba gran parte de la pared.
—Cuarenta y cuatro pisos... —murmuró Ayame, con un nuevo estremecimiento—. Oye... yo no quiero ser supersticiosa pero...
Ayame rio al verle, pero cuando estaba a punto de responder, los dos guardias de la entrada de la torre llamaron su atención.
—Ups. Vamos allá.
Se acercaron a los dos hombres, que los miraban con el ceño fruncido pero con un deje de curiosidad. En sus puestos de gárgolas vivientes, no debían de estar muy acostumbrados a las visitas. Y menos si eran de dos chiquillos como aquellos.
—Venimos a revisar el problema de cañerías del señor Dōkan —explicó—. ¿Saben donde está la incidencia?
—¿Vosotros sois los dos genin que solicitó Kanemochi-sama? Mostradnos el pergamino —Ayame miró de reojo a Daruu, expectante. Y cuando el chico hiciera lo que se le había ordenado, el chunin se giró para dejarles paso al interior de la torre—. Entonces pasad. Creemos que debe estar en el último piso. Podéis subir en el ascensor. ¡Buena suerte, renacuajos!
«¿Renacuajos?» Pensó Ayame, alzando una ceja. Pero no dijo nada al respecto. Sin embargo, cuando pasó junto al hombre se fijó en su sonrisa. Una sonrisa surcada por dientes afilados como cuchillas como los de un tiburón. Los dientes de un Hōzuki.
Ayame sintió un escalofrío y la sangre se evaporó de su rostro, pero no dijo nada al respecto y entró con Daruu en el edificio.
Por suerte para ellos, pese a las escasas ventanas que tenía el lugar, estaba bastante bien iluminado. Varias velas dispersas aquí y allá se encargaban de ahuyentar las tinieblas con sus titilantes llamas. Lo que parecía ser la recepción del rascacielos también estaba también construida en piedra, pero aparte de varios muebles en deplorable estado, no había allí nada más destacable que unas escaleras a la derecha del salón y un ascensor similar al del edificio de la Arashikage al fondo.
—Este sitio me da escalofríos... —comentó Ayame, abrazándose los costados. Era como si se estuvieran adentrando en un edificio en ruinas y en cualquier momento los fantasmas del pasado fueran a atravesar las paredes para engullirlos.
Se dirigieron hacia el ascensor, tal y como el guardia les había indicado. La cabina era tan pequeña que a duras penas cabían los dos bien apretados. En el panel de control, una ristra enorme de botones con sus respectivos números abarcaba gran parte de la pared.
—Cuarenta y cuatro pisos... —murmuró Ayame, con un nuevo estremecimiento—. Oye... yo no quiero ser supersticiosa pero...