9/06/2017, 11:52
La pregunta del cenobita quedó en el aire mientras ella estaba elaborando un plan a toda velocidad, algo que no se le daba muy bien; cabe decir.
Karamaru comenzó a dar a los botones, o mejor dicho, a aporrear los botones de la puerta, volviendo el mecanismo cada vez más y más loco. La puerta se abría, luego se cerraba, luego sonaba una campana y así sucesivamente. Eri comenzaba a desesperarse ante aquella situación, esperando que Karamaru accionase el botón correcto de una vez para salir de aquel pasillo.
— ¡Ahí están!
Kota había hablado, y las pisadas se hicieron más sonoras a cada milisegundo que pasaba, hasta que una de ellas pisó la técnica de Eri y ambos quedaron pegados al suelo.
— ¿Qué es esta mierda?
— Mira que lanzarnos a por unos shinobi...
— ¡Calla Bonten!
Y mientras ellos discutían e intentaban salir de aquel agua densa y viscosa que los atrapaba, Karamaru había decidido actuar con cabeza, es decir; aporrear directamente la puerta hasta que la pobre puerta de madera terminó rompiéndose, el mecanismo lanzó chispas y se apagó, y finalmente ambos podían salir de allí.
— ¡Lo has hecho! — Exclamó acercándose rápidamente al chico. — ¡Menos mal que estás aquí Karamaru! ¡Vamos!
Tras la siguiente puerta se encontraba una habitación pequeña, hecha completamente de madera, como si de una pequeña y hogareña casa se tratase. Las paredes tenían un tono marrón oscuro y en el centor había una pequeña mesa con una serie de cojines.
Al fondo, sin embargo, al lado de una puerta pintada de azul, un joven infante reposaba sobre una silla frente a lo que parecía ser una máquina extraña, con una serie de televisores donde podían apreciarse imágenes de estancias que a ambos shinobi les resultaban familiares.
Pero no fue aquello lo peor, no, lo peor era...
... Que el que custodiaba aquel sinfín de máquinas no era el otro que el hijo de Yamamoto.
Karamaru comenzó a dar a los botones, o mejor dicho, a aporrear los botones de la puerta, volviendo el mecanismo cada vez más y más loco. La puerta se abría, luego se cerraba, luego sonaba una campana y así sucesivamente. Eri comenzaba a desesperarse ante aquella situación, esperando que Karamaru accionase el botón correcto de una vez para salir de aquel pasillo.
— ¡Ahí están!
Kota había hablado, y las pisadas se hicieron más sonoras a cada milisegundo que pasaba, hasta que una de ellas pisó la técnica de Eri y ambos quedaron pegados al suelo.
— ¿Qué es esta mierda?
— Mira que lanzarnos a por unos shinobi...
— ¡Calla Bonten!
Y mientras ellos discutían e intentaban salir de aquel agua densa y viscosa que los atrapaba, Karamaru había decidido actuar con cabeza, es decir; aporrear directamente la puerta hasta que la pobre puerta de madera terminó rompiéndose, el mecanismo lanzó chispas y se apagó, y finalmente ambos podían salir de allí.
— ¡Lo has hecho! — Exclamó acercándose rápidamente al chico. — ¡Menos mal que estás aquí Karamaru! ¡Vamos!
Tras la siguiente puerta se encontraba una habitación pequeña, hecha completamente de madera, como si de una pequeña y hogareña casa se tratase. Las paredes tenían un tono marrón oscuro y en el centor había una pequeña mesa con una serie de cojines.
Al fondo, sin embargo, al lado de una puerta pintada de azul, un joven infante reposaba sobre una silla frente a lo que parecía ser una máquina extraña, con una serie de televisores donde podían apreciarse imágenes de estancias que a ambos shinobi les resultaban familiares.
Pero no fue aquello lo peor, no, lo peor era...
... Que el que custodiaba aquel sinfín de máquinas no era el otro que el hijo de Yamamoto.