18/06/2017, 01:28
El escualo también se agitó con el poderoso estruendo, aunque no por ello sucumbió ante él. Por el contrario, la emoción le invadió en súbito y no pudo hacer más que sonreír y compartir la euforia de todos los presentes quienes entre palabreos y cuchicheos compartían sus impresiones acerca de lo que podía llegar a ser aquel festival. Pero esa misma euforia no parecía ser compartida por Ayame, quien de pronto palideció quién sabe por qué razón. Se mostró ligeramente reacia, y de pronto presenciar aquel festival no parecía ser una buena idea para ella.
Hasta que preguntó, con curiosa preocupación, acerca de algo que sólo unos pocos apremiados preguntarían durante una situación similar. Una lástima que Kaido no era tan perspicaz, ni tan pillo como para darse cuenta de ello.
—Oye, Kaido-san, ¿alguien dijo en algún momento que esto iba a ser un espectáculo de rayos?
—No lo creo, no. ¿Por qué? ¿le temes a las tormentas, acaso? pero si eres de Amegakure, mujer...
Y aunque él era Hozuki, sin saber que ella también lo era, aquello no parecía ser una verdadera preocupación a diferencia de su prima lejana.
Jiru-sama, de pronto, volvió a agitar los brazos. Y apuntó hacia el frente, donde el cielo hubo estado más claro minutos antes. Pero ahora, sólo del lado de la frontera hacia el país de la Tormenta, yacía negro y sepulcral, viéndose adornado con repentinos cruces de luz proveniente del otro extremo, del lado en el que ellos estaban; que en cambio lucía radiante y lleno de vida.
Dos matices, separados por una ahora visible línea intangible que resaltaba la dicotomía entre ambos países, producida por el fenómeno climático. Un claro ejemplo, tan hermoso e indescriptible, incluso para los ojos más inexpertos. Y qué ojos más inexpertos, claro, que los de dos jóvenes recién graduados.
Desconocedores de las vicisitudes de un mundo tan grande, pero que para ellos se antojaba isultantemente pequeño...
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.
Hasta que preguntó, con curiosa preocupación, acerca de algo que sólo unos pocos apremiados preguntarían durante una situación similar. Una lástima que Kaido no era tan perspicaz, ni tan pillo como para darse cuenta de ello.
—Oye, Kaido-san, ¿alguien dijo en algún momento que esto iba a ser un espectáculo de rayos?
—No lo creo, no. ¿Por qué? ¿le temes a las tormentas, acaso? pero si eres de Amegakure, mujer...
Y aunque él era Hozuki, sin saber que ella también lo era, aquello no parecía ser una verdadera preocupación a diferencia de su prima lejana.
Jiru-sama, de pronto, volvió a agitar los brazos. Y apuntó hacia el frente, donde el cielo hubo estado más claro minutos antes. Pero ahora, sólo del lado de la frontera hacia el país de la Tormenta, yacía negro y sepulcral, viéndose adornado con repentinos cruces de luz proveniente del otro extremo, del lado en el que ellos estaban; que en cambio lucía radiante y lleno de vida.
Dos matices, separados por una ahora visible línea intangible que resaltaba la dicotomía entre ambos países, producida por el fenómeno climático. Un claro ejemplo, tan hermoso e indescriptible, incluso para los ojos más inexpertos. Y qué ojos más inexpertos, claro, que los de dos jóvenes recién graduados.
Desconocedores de las vicisitudes de un mundo tan grande, pero que para ellos se antojaba isultantemente pequeño...
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.