18/06/2017, 15:50
Ritsuko se arrojó al suelo para esquivar el puñetazo de Gonken; sin embargo, se encontró con una desagradable sorpresa cuando sintió un fuerte golpe en la nariz que le hizo ver las estrellas. Al punzante dolor se sumó la calidez de la sangre cayendo sobre sus labios y, en menos que canta un gallo, el gigantón la había vuelto a agarrar del pelo.
—Maldita perra, desagradecida... —escuchó la voz de Daiko acercándose. Ya no llevaba una daga consigo, sino un hierro que debía haber calentado en las llamas de la hoguera, a juzgar por el terrorífico brillo rojo de su extremo—. ¡¿Acaso crees que te vamos a dejar escapar así como así?!
Se acercaba, paso a paso, mientras Gonken seguía sujetándola.
—¡Levántale bien la cabeza! Ninguno de los tres quiere que falle, ¿verdad? —Daiko estiró sus labios de nuevo en aquella sonrisa tan escalofriante...
Y, dicho y hecho, Gonken le pegó un tirón del pelo para que levantara la cabeza y Ritsuko sintió la gélida caricia de un cuchillo contra su cuello.
—Maldita perra, desagradecida... —escuchó la voz de Daiko acercándose. Ya no llevaba una daga consigo, sino un hierro que debía haber calentado en las llamas de la hoguera, a juzgar por el terrorífico brillo rojo de su extremo—. ¡¿Acaso crees que te vamos a dejar escapar así como así?!
Se acercaba, paso a paso, mientras Gonken seguía sujetándola.
—¡Levántale bien la cabeza! Ninguno de los tres quiere que falle, ¿verdad? —Daiko estiró sus labios de nuevo en aquella sonrisa tan escalofriante...
Y, dicho y hecho, Gonken le pegó un tirón del pelo para que levantara la cabeza y Ritsuko sintió la gélida caricia de un cuchillo contra su cuello.