18/06/2017, 20:01
(Última modificación: 29/07/2017, 02:23 por Amedama Daruu.)
Por suerte, los ruegos de Ayame fueron escuchados. Daruu abrió los ojos entre violentas toses, tratando de expulsar todo el agua que debía haber tragado.
—¡¡Couff, COUFF!! —Daruu escupió un poco de agua y espuma—. ¿A... Ayame?
—¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Tenemos que salir! —exclamó ella en respuesta.
El techo seguía cerniéndose sobre ellos, cada vez a mayor velocidad, y Ayame seguía tirando de Daruu con todas sus fuerzas, tratando de alcanzar el pasillo antes de que el hormigón los aplastara. De repente sintió que su compañero la agarraba por los brazos y, antes de que pudiera preguntar siquiera qué era lo que estaba haciendo, se vio empujada hacia el túnel. Ayame cayó sobre el suelo de hormigón, el impacto le cortó la respiración y le hizo rodar. Pero nada de eso le importó.
—¡DARUU! —aulló, horrorizada.
El techo ya casi había eclipsado la entrada del pasillo y, cuando ya daba todo por perdido y las lágrimas volvían a sus ojos, una figura cruzó la entrada a toda velocidad y aterrizó junto a ella con estrépito.
—D... ¡Daruu-kun! —exclamó, casi abalanzándose sobre él—. ¡Ay, menos mal! ¿Cómo lo has...?
—Menuda mierda de día —farfulló él—. Oye. Por si la próxima vez que me vaya a aplastar una piedra no consigo escurrirme como una lagartija...
Ayame inclinó la cabeza, interrogante. Pero la respuesta de Daruu la recibió cuando sus brazos la estrecharon de repente y sus labios se unieron en un beso. Aquel acto la había pillado totalmente desprevenida. Rígida como una tabla, Ayame no sabía muy bien cómo debía reaccionar, no sabía muy bien qué debía hacer al respecto. Sentía el corazón bombardeando en sus sienes con la fuerza de un redoble de tambores, sentía un extraño cosquilleo en el estómago y sentía que su rostro ardía como mil infiernos. Al final, como si no hubiese sido más que un sueño, terminaron tumbados uno al lado del otro.
—¿P... puedes explicarme lo que ha pasado? —dijo Daruu en un momento dado, y Ayame pegó un brinco.
—E... ¿Eh...? Q... ¿Qué...? ¡AH! —No había podido evitarlo. Se había olvidado por completo de la situación en la que se encontraban. Un gravísimo error. Como movida por un resorte, Ayame se reincorporó y comenzó a mirar a su alrededor—. La verdad... yo tampoco lo entiendo muy bien... Cuando caímos sonó la voz de alguien, supongo que a través de unos altavoces o algo así. Hablaba de unos juegos del laberinto... que debíamos encontrar alguna de las salidas antes de que... bueno, de que nos hicieran papilla. Después de eso comenzó a bajar el techo. Había dos salidas en la sala en la que nos encontrábamos así que... tomé una al azar... No sé si habré acertado... lo siento...
Aún roja como un tomate, Ayame jugueteaba con sus manos. No se atrevía a mirar a Daruu a la cara, insegura y nerviosa acerca de toda aquella situación. ¿Qué acababa de pasar...?
—Y ahora... ¿hacia dónde debemos ir? —añadió, tratando por todos los medios de no pensar más en aquello.
Se encontraban en un pasillo curvo iluminado por velas. Las paredes estaban conformadas por innumerables tuberías que iban de aquí para allá, alargándose y retorciéndose. No podían retroceder porque la entrada había sido tapada por el techo; pero, de haber podido, tampoco habrían encontrado nada que les pudiera ser útil para hallar la salida. El pasillo en cuestión se alargaba hasta donde les llegaba la vista tanto a derecha como a izquierda; aunque también había una nueva salida en cada uno de los sentidos. Podían tomar cualquiera de ellas o simplemente seguir el pasillo en una de las dos direcciones para ver dónde acababan...
—¡¡Couff, COUFF!! —Daruu escupió un poco de agua y espuma—. ¿A... Ayame?
—¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Tenemos que salir! —exclamó ella en respuesta.
El techo seguía cerniéndose sobre ellos, cada vez a mayor velocidad, y Ayame seguía tirando de Daruu con todas sus fuerzas, tratando de alcanzar el pasillo antes de que el hormigón los aplastara. De repente sintió que su compañero la agarraba por los brazos y, antes de que pudiera preguntar siquiera qué era lo que estaba haciendo, se vio empujada hacia el túnel. Ayame cayó sobre el suelo de hormigón, el impacto le cortó la respiración y le hizo rodar. Pero nada de eso le importó.
—¡DARUU! —aulló, horrorizada.
El techo ya casi había eclipsado la entrada del pasillo y, cuando ya daba todo por perdido y las lágrimas volvían a sus ojos, una figura cruzó la entrada a toda velocidad y aterrizó junto a ella con estrépito.
—D... ¡Daruu-kun! —exclamó, casi abalanzándose sobre él—. ¡Ay, menos mal! ¿Cómo lo has...?
—Menuda mierda de día —farfulló él—. Oye. Por si la próxima vez que me vaya a aplastar una piedra no consigo escurrirme como una lagartija...
Ayame inclinó la cabeza, interrogante. Pero la respuesta de Daruu la recibió cuando sus brazos la estrecharon de repente y sus labios se unieron en un beso. Aquel acto la había pillado totalmente desprevenida. Rígida como una tabla, Ayame no sabía muy bien cómo debía reaccionar, no sabía muy bien qué debía hacer al respecto. Sentía el corazón bombardeando en sus sienes con la fuerza de un redoble de tambores, sentía un extraño cosquilleo en el estómago y sentía que su rostro ardía como mil infiernos. Al final, como si no hubiese sido más que un sueño, terminaron tumbados uno al lado del otro.
—¿P... puedes explicarme lo que ha pasado? —dijo Daruu en un momento dado, y Ayame pegó un brinco.
—E... ¿Eh...? Q... ¿Qué...? ¡AH! —No había podido evitarlo. Se había olvidado por completo de la situación en la que se encontraban. Un gravísimo error. Como movida por un resorte, Ayame se reincorporó y comenzó a mirar a su alrededor—. La verdad... yo tampoco lo entiendo muy bien... Cuando caímos sonó la voz de alguien, supongo que a través de unos altavoces o algo así. Hablaba de unos juegos del laberinto... que debíamos encontrar alguna de las salidas antes de que... bueno, de que nos hicieran papilla. Después de eso comenzó a bajar el techo. Había dos salidas en la sala en la que nos encontrábamos así que... tomé una al azar... No sé si habré acertado... lo siento...
Aún roja como un tomate, Ayame jugueteaba con sus manos. No se atrevía a mirar a Daruu a la cara, insegura y nerviosa acerca de toda aquella situación. ¿Qué acababa de pasar...?
—Y ahora... ¿hacia dónde debemos ir? —añadió, tratando por todos los medios de no pensar más en aquello.
Se encontraban en un pasillo curvo iluminado por velas. Las paredes estaban conformadas por innumerables tuberías que iban de aquí para allá, alargándose y retorciéndose. No podían retroceder porque la entrada había sido tapada por el techo; pero, de haber podido, tampoco habrían encontrado nada que les pudiera ser útil para hallar la salida. El pasillo en cuestión se alargaba hasta donde les llegaba la vista tanto a derecha como a izquierda; aunque también había una nueva salida en cada uno de los sentidos. Podían tomar cualquiera de ellas o simplemente seguir el pasillo en una de las dos direcciones para ver dónde acababan...