18/06/2017, 21:01
— Kotetsu-san, lo siento mucho— soltó de repente cuando estuvieron frente a frente inclinando su torso un poco— Por mi culpa ahora estamos en esta situación, parece que tenías razón.
—En realidad, no es la gran cosa —aseguro, restándole importancia al asunto—. Más importante es el hecho de que mi nombre se pronuncia Kōtetsu, con el acento en la primera silaba.
De cierta forma parecía que el de cabellos blancos tenía una leve falla en su sentido común, y que aquello le permitía tomarse algunas cosas graves con calma y otras insignificantes con mucha importancia. Como sea que fuese, se mantuvo al margen de la conversación entre aquel par de guardias, mientras estos deliberaban sobre la veracidad de las historias dichas por ambos muchachos.
—Parece que lo que dicen es cierto, pueden entrar, son 50 ryos cada uno —aclaro el guardián, luego de dar por cierta la historia de ambos.
Le desagradaba en extremo la idea de tener que depender de alguien más, pues en el campo él podía obtener todo lo que necesitase por cuenta propia, pero la ciudad era otro mundo, ajeno y distinto, que se manejaba por la ley del dinero como fuerza motora. Y allí estaba frente a un gran urbe y con el camino a los dojos abierto, con una gran voluntad e ilusión, frenado por una pequeña piedra que se mostraba como un peaje que le era imposible de pagar sin ayuda.
—Que problema… —susurro, luego de recordar que se había quedado sin una moneda, menos con cincuenta ryos para pagar una simple entrada—. Ashito-san, ¿serias tan amable de prestarme dinero?
—En realidad, no es la gran cosa —aseguro, restándole importancia al asunto—. Más importante es el hecho de que mi nombre se pronuncia Kōtetsu, con el acento en la primera silaba.
De cierta forma parecía que el de cabellos blancos tenía una leve falla en su sentido común, y que aquello le permitía tomarse algunas cosas graves con calma y otras insignificantes con mucha importancia. Como sea que fuese, se mantuvo al margen de la conversación entre aquel par de guardias, mientras estos deliberaban sobre la veracidad de las historias dichas por ambos muchachos.
—Parece que lo que dicen es cierto, pueden entrar, son 50 ryos cada uno —aclaro el guardián, luego de dar por cierta la historia de ambos.
Le desagradaba en extremo la idea de tener que depender de alguien más, pues en el campo él podía obtener todo lo que necesitase por cuenta propia, pero la ciudad era otro mundo, ajeno y distinto, que se manejaba por la ley del dinero como fuerza motora. Y allí estaba frente a un gran urbe y con el camino a los dojos abierto, con una gran voluntad e ilusión, frenado por una pequeña piedra que se mostraba como un peaje que le era imposible de pagar sin ayuda.
—Que problema… —susurro, luego de recordar que se había quedado sin una moneda, menos con cincuenta ryos para pagar una simple entrada—. Ashito-san, ¿serias tan amable de prestarme dinero?