19/06/2017, 22:59
—No lo creo, no. ¿Por qué? ¿le temes a las tormentas, acaso? pero si eres de Amegakure, mujer...
Ayame torció el gesto en un mohín.
—No me gustan... ¿Y qué? Soy de Amegakure, pero lo que no para de caer es lluvia, no rayos —se excusó, cruzando los brazos sobre el pecho.
Jiru volvió a agitar los brazos, señalando hacia el frente. Ayame, disimuladamente, se retrajo lo suficiente como para esconderse tras la espalda de Kaido sin dejar de ver lo que se les avecinaba. Por suerte, no volvió a caer ningún rayo. El cielo parecía haberse dividido en dos mitades perfectas: la que miraba hacia el País de la Tormenta estaba cubierta por un manto de amenazadoras nubes negras como el tizón, aunque de vez en cuando los rayos del sol conseguían penetrar aquel manto de oscuridad durante unos breves segundos; mientras que la que miraba hacia el País del Viento lucía limpio y pulcro como la superficie de un lago cristalino. Ni una sola nube había conseguido invadirlo.
Era un espectáculo hermoso y sobrecogedor al mismo tiempo.
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.
Ayame cerró la boca al darse cuenta de que se había quedado embelesada con aquella visión. Enseguida agitó la cabeza y miró de reojo a su compañero de aldea.
—¿Qué tontería es eso de "la palabra más varonil"? ¿Acaso eres de esos que se dejan llevar por esas chorradas? —se burló.
Ayame torció el gesto en un mohín.
—No me gustan... ¿Y qué? Soy de Amegakure, pero lo que no para de caer es lluvia, no rayos —se excusó, cruzando los brazos sobre el pecho.
Jiru volvió a agitar los brazos, señalando hacia el frente. Ayame, disimuladamente, se retrajo lo suficiente como para esconderse tras la espalda de Kaido sin dejar de ver lo que se les avecinaba. Por suerte, no volvió a caer ningún rayo. El cielo parecía haberse dividido en dos mitades perfectas: la que miraba hacia el País de la Tormenta estaba cubierta por un manto de amenazadoras nubes negras como el tizón, aunque de vez en cuando los rayos del sol conseguían penetrar aquel manto de oscuridad durante unos breves segundos; mientras que la que miraba hacia el País del Viento lucía limpio y pulcro como la superficie de un lago cristalino. Ni una sola nube había conseguido invadirlo.
Era un espectáculo hermoso y sobrecogedor al mismo tiempo.
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.
Ayame cerró la boca al darse cuenta de que se había quedado embelesada con aquella visión. Enseguida agitó la cabeza y miró de reojo a su compañero de aldea.
—¿Qué tontería es eso de "la palabra más varonil"? ¿Acaso eres de esos que se dejan llevar por esas chorradas? —se burló.