20/06/2017, 19:14
Era todavía temprano cuando Eri ya se estaba atando su bandana en la cabeza. El día era tan soleado como el anterior, o eso esperaba pues todavía no había mirado por la ventana que se encontraba todavía oculta tras unas cortinas blancas que ondeaban a veces gracias a la suave brisa que se colaba sin aviso a esas horas de la mañana.
Abrió y cerró la puerta mientras bostezaba, aquel día tenía que ser para entrenar, y nada más que para entrenar, así que nada más haber desayunado un par de tostadas se dispuso a bajar las escaleras y buscar esos dojos interiores que se encontraban en Nantōnoya y que todavía no había tenido la oportunidad de usar.
Pero antes de empezar con ese ansiado entrenamiento matutino, Eri pasó por la planta baja donde seguramente podría haber alguien con el que entablar alguna conversación o simplemente engatusar para que entrenase con ella. Nabi podría ser la mejor opción, pero no quería despertarle tan pronto, además; quería entrenar también para demostrar lo mucho que ella podía demostrar. Así el Senju se podía llevar alguna sorpresa.
O quizá no.
Así que se sentó en uno de los sofás que allí se encontraban y sacó un pañuelo, dispuesta a limpiar sus armas pues allí a parte de ella no había nadie. Unos minutos bastarían con limpiar sus compañeras de combate y, con suerte, encontraría a alguien, algún compañero o compañera de entreno no vendría nada mal.
Abrió y cerró la puerta mientras bostezaba, aquel día tenía que ser para entrenar, y nada más que para entrenar, así que nada más haber desayunado un par de tostadas se dispuso a bajar las escaleras y buscar esos dojos interiores que se encontraban en Nantōnoya y que todavía no había tenido la oportunidad de usar.
Pero antes de empezar con ese ansiado entrenamiento matutino, Eri pasó por la planta baja donde seguramente podría haber alguien con el que entablar alguna conversación o simplemente engatusar para que entrenase con ella. Nabi podría ser la mejor opción, pero no quería despertarle tan pronto, además; quería entrenar también para demostrar lo mucho que ella podía demostrar. Así el Senju se podía llevar alguna sorpresa.
O quizá no.
Así que se sentó en uno de los sofás que allí se encontraban y sacó un pañuelo, dispuesta a limpiar sus armas pues allí a parte de ella no había nadie. Unos minutos bastarían con limpiar sus compañeras de combate y, con suerte, encontraría a alguien, algún compañero o compañera de entreno no vendría nada mal.