22/06/2017, 09:30
Kaido la contempló extrañado, como si fuera la primera vez que la veía, y Ayame no tardó más que unos pocos segundos en romper el contacto visual.
—Chorradas o no, no creo que sea demasiado elocuente ni acertado que una bestia como yo hable como una marica. ¡Oh, observad, que bello y hermoso paisaje de numerosos matices y acuarelas!; ¿no suena muy bien en mí o sí?
Ayame torció el gesto ante aquella respuesta en completa desaprobación.
—Bueno, a no ser que seas algún tipo de poeta o escritor, tampoco es necesario hacerlo tan exagerado —replicó, seria, y después se encogió de hombros—. Nunca entenderé ese pensamiento de que la "virilidad" y de que los hombres no pueden expresar lo que sienten. Ni siquiera tiene nada que ver con la elocuencia o "lo acertado". Es una auténtica estupidez. Y "marica" es una palabra muy desagradable.
Odiaba discutir, siquiera debatir. Ella no estaba hecha para mantener la calma, le ardían las entrañas ante cualquier comentario que le disgustara mínimamente. Y aún así no podía mantener la boca cerrada. Porque el ardor que sentía en la lengua si lo hacía era aún peor.
Por suerte, la Línea de los Dioses jugó a su favor para apartar aquella escena de sus pensamientos. Cada vez llovía con mayor intensidad en la zona del cielo del País de la Tormenta.
—En fin, ahora que veo tanta agua caer me siento un poco reseco. ¿Qué dices si pasamos al otro lado, eh, Ayame?
—¿Qué? ¡Esp...!
Ni siquiera le dio tiempo a completar la frase. Kaido saltó la valla y, desplegando toda la confianza que sentía sobre sí mismo como si de un pavo real con la cola extendida se tratara, echó a caminar hacia el límite entre los dos cielos. De inmediato, las miradas y los cuchicheos cayeron sobre él como el chaparrón que ahora le empapaba. Y cuando llegó a su destino se dejó empapar tanto por la lluvia del País de la Tormenta como por el sol del País del Viento. Y muchas más personas se unieron a aquel loco que se había atrevido a traspasar las fronteras. Ayame, sin embargo, se quedó en su sitio, mirando a su alrededor confundida y a salvo tras la barandilla. ¿Pero qué clase de locura era aquella? Si habían puesto aquellas barreras era por algo, no por simple capricho. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si caía un rayo sobre ellos o algo peor...?
—Chorradas o no, no creo que sea demasiado elocuente ni acertado que una bestia como yo hable como una marica. ¡Oh, observad, que bello y hermoso paisaje de numerosos matices y acuarelas!; ¿no suena muy bien en mí o sí?
Ayame torció el gesto ante aquella respuesta en completa desaprobación.
—Bueno, a no ser que seas algún tipo de poeta o escritor, tampoco es necesario hacerlo tan exagerado —replicó, seria, y después se encogió de hombros—. Nunca entenderé ese pensamiento de que la "virilidad" y de que los hombres no pueden expresar lo que sienten. Ni siquiera tiene nada que ver con la elocuencia o "lo acertado". Es una auténtica estupidez. Y "marica" es una palabra muy desagradable.
Odiaba discutir, siquiera debatir. Ella no estaba hecha para mantener la calma, le ardían las entrañas ante cualquier comentario que le disgustara mínimamente. Y aún así no podía mantener la boca cerrada. Porque el ardor que sentía en la lengua si lo hacía era aún peor.
Por suerte, la Línea de los Dioses jugó a su favor para apartar aquella escena de sus pensamientos. Cada vez llovía con mayor intensidad en la zona del cielo del País de la Tormenta.
—En fin, ahora que veo tanta agua caer me siento un poco reseco. ¿Qué dices si pasamos al otro lado, eh, Ayame?
—¿Qué? ¡Esp...!
Ni siquiera le dio tiempo a completar la frase. Kaido saltó la valla y, desplegando toda la confianza que sentía sobre sí mismo como si de un pavo real con la cola extendida se tratara, echó a caminar hacia el límite entre los dos cielos. De inmediato, las miradas y los cuchicheos cayeron sobre él como el chaparrón que ahora le empapaba. Y cuando llegó a su destino se dejó empapar tanto por la lluvia del País de la Tormenta como por el sol del País del Viento. Y muchas más personas se unieron a aquel loco que se había atrevido a traspasar las fronteras. Ayame, sin embargo, se quedó en su sitio, mirando a su alrededor confundida y a salvo tras la barandilla. ¿Pero qué clase de locura era aquella? Si habían puesto aquellas barreras era por algo, no por simple capricho. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si caía un rayo sobre ellos o algo peor...?