22/06/2017, 11:18
—¡1.500! ¡El caballero ofrece 1.500 ryos! ¿Alguien da más?
—¡2.000! —exclamó una voz femenina, gélida como el hielo.
—¡2.000 para la mujer! ¿Quién da más?
Daiko seguía canturreando como si estuviera en el mejor de sus momentos. Las cifras iban y venían como un baile caótico y sin sentido en aquella terrible pesadilla mientras la noche caía sin ningún tipo de repercusión. Gonken se mantenía a un lado, de brazos cruzados, en completo silencio y sin mover un solo músculo.
—¡9.500 ryos! ¡Vamos señores, la cosa se anima! ¿Nadie ofrece más de 9.500 ryos?
Un tenso silencio invadió el lugar, dos de las personas se removían en sus sitios con cierta incomodidad mientras que el que había ofrecido la última cifra se cruzaba de brazos confiado en su suerte.
—¡9.500 ryos a la una! ¡9.500 ryos a las dos...! ¡¡ADJ...!!
El suelo tembló con violencia. La roca se partió como una simple tableta de chocolate y algo surgió de sus entrañas, retorciéndose y moviéndose como una maraña de serpientes. Pero no eran serpientes, su superficie era demasiado dura y rugosa como para serlo. Eran raíces. La primera sacudió a Daiko en el estómago y lo envió varios metros más allá. Otra maraña de raíces se enredó en torno al cuerpo de Gonken, y cuando este se resistió y luchó con todas sus fuerzas contra su opresión, la madre naturaleza terminó por atravesarle el pecho de parte a parte. Los aullidos aterrorizados de los asistentes a la subasta seguían escuchándose aún cuando llevaban recorridos varios centenares de metros, pero una serie de sombras se movieron con agilidad felina en la oscuridad y los redujeron rápidamente.
El cúmulo de raíces regresaron a su normal inmovilidad y, con ellas, regresó el silencio.
—Maldita sea... ¡Ha escapado! —gruñó la voz de un hombre que acababa de entrar en escena y no dejaba de mirar a su alrededor con desesperación. Vestía el característico uniforme de los ninjas de rango alto. Tenía el pelo rizado, de color castaño, y llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara de tela. En su frente lucía la bandana de Kusagakure.
Y es que, entre todo el jaleo que se había formado, Daiko había desaparecido sin dejar rastro alguno.
Al final, el recién llegado se dio por vencido y se volvió hacia Ritsuko.
—¡Ey, chica! ¿Sigues consciente? —se acuclilló junto a ella, preocupado, y le echó un vistazo. No pudo evitar soltar un siseo al reparar en la marca que la muchacha ahora lucía en la frente y cuando se dio cuenta de las lágrimas que corrían por sus mejillas, apoyó con cierta torpeza una mano sobre sus hombros—. Tranquila, todo está bien ya. He venido a ayudarte...
—¡2.000! —exclamó una voz femenina, gélida como el hielo.
—¡2.000 para la mujer! ¿Quién da más?
Daiko seguía canturreando como si estuviera en el mejor de sus momentos. Las cifras iban y venían como un baile caótico y sin sentido en aquella terrible pesadilla mientras la noche caía sin ningún tipo de repercusión. Gonken se mantenía a un lado, de brazos cruzados, en completo silencio y sin mover un solo músculo.
—¡9.500 ryos! ¡Vamos señores, la cosa se anima! ¿Nadie ofrece más de 9.500 ryos?
Un tenso silencio invadió el lugar, dos de las personas se removían en sus sitios con cierta incomodidad mientras que el que había ofrecido la última cifra se cruzaba de brazos confiado en su suerte.
—¡9.500 ryos a la una! ¡9.500 ryos a las dos...! ¡¡ADJ...!!
El suelo tembló con violencia. La roca se partió como una simple tableta de chocolate y algo surgió de sus entrañas, retorciéndose y moviéndose como una maraña de serpientes. Pero no eran serpientes, su superficie era demasiado dura y rugosa como para serlo. Eran raíces. La primera sacudió a Daiko en el estómago y lo envió varios metros más allá. Otra maraña de raíces se enredó en torno al cuerpo de Gonken, y cuando este se resistió y luchó con todas sus fuerzas contra su opresión, la madre naturaleza terminó por atravesarle el pecho de parte a parte. Los aullidos aterrorizados de los asistentes a la subasta seguían escuchándose aún cuando llevaban recorridos varios centenares de metros, pero una serie de sombras se movieron con agilidad felina en la oscuridad y los redujeron rápidamente.
El cúmulo de raíces regresaron a su normal inmovilidad y, con ellas, regresó el silencio.
—Maldita sea... ¡Ha escapado! —gruñó la voz de un hombre que acababa de entrar en escena y no dejaba de mirar a su alrededor con desesperación. Vestía el característico uniforme de los ninjas de rango alto. Tenía el pelo rizado, de color castaño, y llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara de tela. En su frente lucía la bandana de Kusagakure.
Y es que, entre todo el jaleo que se había formado, Daiko había desaparecido sin dejar rastro alguno.
Al final, el recién llegado se dio por vencido y se volvió hacia Ritsuko.
—¡Ey, chica! ¿Sigues consciente? —se acuclilló junto a ella, preocupado, y le echó un vistazo. No pudo evitar soltar un siseo al reparar en la marca que la muchacha ahora lucía en la frente y cuando se dio cuenta de las lágrimas que corrían por sus mejillas, apoyó con cierta torpeza una mano sobre sus hombros—. Tranquila, todo está bien ya. He venido a ayudarte...