1/07/2015, 15:23
Cuando escuchó la voz de su madre que lo llamaba, Daruu dejó de contemplar la tormenta y se dio la vuelta. Levantó una ceja, escéptico.
—¿Qué haces con eso, mamá? ¿No se supone que es algo religioso? —Su madre iba vestida de forma tradicional con un kimono de color morado con flores rosas, pero arrastraba un carrito con cestas de mimbre llenas de pastelitos listos para vender—. Ni que fuera un espectáculo.
Aunque Daruu debía reconocer que para tratarse de una ceremonia tradicional, se trataba de una especialmente bella. Todos los años, en un día de otoño tan tormentoso como aquél, los aldeanos de Amegakure se reunían a la orilla del lago para introducir en una urna papelillos con deseos. La urna se metía en un barco que se dejaba a la deriva. El mástil puntiagudo del barco atraía a la tormenta y hundía el barco, entregando la urna de los deseos al lago.
Daruu era muy escéptico con las formalidades religiosas, pero aún así escribía el papel con su deseo y lo llevaba frente a la urna. La tradición era bonita, y no hacía daño a nadie. Para esta ocasión, él se había vestido con una camiseta de manga corta blanca, pero la había acompañado con elementos tan tradicionales como un haori de color azul oscuro, y unos hakama del mismo color.
—Este año es diferente —dijo Kiroe—. Se supone que es una sorpresa para los genin, pero no hay más remedio que contártelo. Hay otros tres carros más y nunca se me ha dado bien el Kage Bunshin. Tendrás que llevar al menos uno.
—¿Qué? ¿Adónde? ¿Qué sorpresa? —Las preguntas de Daruu salían de sus labios a más velocidad que entraban en su cerebro.
—¡Una cena sólo para los ninjas en un recinto grande! Con música y comida y todo. —Kiroe dio dos saltitos juntando las manos—. No se hace todos los años. Es algo que depende del presupuesto, supongo. O del buen humor de la Arashikage, claro —rió—. El caso es que tenemos que ir llevando estas cosas para allá. Hay que montar el puesto de Kiroe-chan. ¡Vamos!
Daruu sonrió de oreja a oreja. Le gustaba la gastronomía, eso desde lejos. Ahora la celebración era mucho mejor, y eso que ya le gustaba antes.
Después de dejarlo todo preparado y montado en el edificio —que era de un tamaño descomunal—, caminaban bajo la lluvia protegiéndose con sendos paraguas. Se habían unido ya a la gigantesca marea de aldeanos que se encaminaban a la orilla del lago.
—¿Qué haces con eso, mamá? ¿No se supone que es algo religioso? —Su madre iba vestida de forma tradicional con un kimono de color morado con flores rosas, pero arrastraba un carrito con cestas de mimbre llenas de pastelitos listos para vender—. Ni que fuera un espectáculo.
Aunque Daruu debía reconocer que para tratarse de una ceremonia tradicional, se trataba de una especialmente bella. Todos los años, en un día de otoño tan tormentoso como aquél, los aldeanos de Amegakure se reunían a la orilla del lago para introducir en una urna papelillos con deseos. La urna se metía en un barco que se dejaba a la deriva. El mástil puntiagudo del barco atraía a la tormenta y hundía el barco, entregando la urna de los deseos al lago.
Daruu era muy escéptico con las formalidades religiosas, pero aún así escribía el papel con su deseo y lo llevaba frente a la urna. La tradición era bonita, y no hacía daño a nadie. Para esta ocasión, él se había vestido con una camiseta de manga corta blanca, pero la había acompañado con elementos tan tradicionales como un haori de color azul oscuro, y unos hakama del mismo color.
—Este año es diferente —dijo Kiroe—. Se supone que es una sorpresa para los genin, pero no hay más remedio que contártelo. Hay otros tres carros más y nunca se me ha dado bien el Kage Bunshin. Tendrás que llevar al menos uno.
—¿Qué? ¿Adónde? ¿Qué sorpresa? —Las preguntas de Daruu salían de sus labios a más velocidad que entraban en su cerebro.
—¡Una cena sólo para los ninjas en un recinto grande! Con música y comida y todo. —Kiroe dio dos saltitos juntando las manos—. No se hace todos los años. Es algo que depende del presupuesto, supongo. O del buen humor de la Arashikage, claro —rió—. El caso es que tenemos que ir llevando estas cosas para allá. Hay que montar el puesto de Kiroe-chan. ¡Vamos!
Daruu sonrió de oreja a oreja. Le gustaba la gastronomía, eso desde lejos. Ahora la celebración era mucho mejor, y eso que ya le gustaba antes.
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Después de dejarlo todo preparado y montado en el edificio —que era de un tamaño descomunal—, caminaban bajo la lluvia protegiéndose con sendos paraguas. Se habían unido ya a la gigantesca marea de aldeanos que se encaminaban a la orilla del lago.