1/07/2015, 23:51
El murmullo de la lluvia se intercalaba en una educada conversación con los enérgicos estallidos de los truenos. Los relámpagos se encargaban de iluminar el ambiente por encima de las luces de neón de los edificios comerciales, y bañaban en una luz blanquecina de manera fugaz toda la aldea. Entre sus calles, un auténtico océano de personas se dirigía al unísono hacia la orilla del Gran Lago de Amegakure como un gigantesco rebaño de ovejas.
Y Ayame no terminaba de adecuarse a aquella sensación. Ajena a las desaprovadoras miradas que le dirigía su padre, cada dos por tres se arreglaba la cinta que llevaba anudada en torno a la frente para asegurarse de que estaba bien fija. Cada dos por tres pegaba un pequeño botecito cuando un trueno hacía vibrar cada fibra de su ser. Cada dos por tres miraba a su alrededor, entre curiosa e intimidada, investigando el mar de gente que la rodeaba mientras hacía girar el paraguas con suavidad en un inconsciente jugueteo.
La travesía continuaba en completo silencio. Un silencio aparte del constante murmullo de fondo de la tormenta que caía sobre los aldeanos. Un silencio de tres personas que se mantenían aparte de las exclamaciones ilusionadas y las risillas de las demás personas que les acompañaban.
—¿Y tú qué deseo vas a pedir?
Oyó que preguntaba alguien a un compañero suyo, y Ayame parpadeó ligeramente.
«¿Y qué voy a pedir yo?» Se sorprendió preguntándose. Otros años no le había costado siquiera imaginarlo: el último año su deseo había sido conseguir graduarse como genin; los anteriores, por lo general, habían sido deseos vanales e infantiles. A excepción de aquel año en el que su deseo fue que el grupo de maleantes dejara de meterse con ella en la academia y de poco le sirvió. Pero aquella vez no había pensado nada.
Y antes de que pudiera siquiera ordenar sus pensamientos se vio de repente plantada cerca de la orilla del lago junto al resto de la multitud. Un pequeño grupo de ninjas, seguramente de alto rango, estaba ultimando los preparativos alrededor de una enorme vasija que ya habían colocado sobre el navío que serviría de mensajero al dios de la lluvia.
«¿Y qué voy a pedir yo...?» Se repitió, y en un gesto inconsciente lanzó una mirada de soslayo a su padre y su hermano.
Y Ayame no terminaba de adecuarse a aquella sensación. Ajena a las desaprovadoras miradas que le dirigía su padre, cada dos por tres se arreglaba la cinta que llevaba anudada en torno a la frente para asegurarse de que estaba bien fija. Cada dos por tres pegaba un pequeño botecito cuando un trueno hacía vibrar cada fibra de su ser. Cada dos por tres miraba a su alrededor, entre curiosa e intimidada, investigando el mar de gente que la rodeaba mientras hacía girar el paraguas con suavidad en un inconsciente jugueteo.
La travesía continuaba en completo silencio. Un silencio aparte del constante murmullo de fondo de la tormenta que caía sobre los aldeanos. Un silencio de tres personas que se mantenían aparte de las exclamaciones ilusionadas y las risillas de las demás personas que les acompañaban.
—¿Y tú qué deseo vas a pedir?
Oyó que preguntaba alguien a un compañero suyo, y Ayame parpadeó ligeramente.
«¿Y qué voy a pedir yo?» Se sorprendió preguntándose. Otros años no le había costado siquiera imaginarlo: el último año su deseo había sido conseguir graduarse como genin; los anteriores, por lo general, habían sido deseos vanales e infantiles. A excepción de aquel año en el que su deseo fue que el grupo de maleantes dejara de meterse con ella en la academia y de poco le sirvió. Pero aquella vez no había pensado nada.
Y antes de que pudiera siquiera ordenar sus pensamientos se vio de repente plantada cerca de la orilla del lago junto al resto de la multitud. Un pequeño grupo de ninjas, seguramente de alto rango, estaba ultimando los preparativos alrededor de una enorme vasija que ya habían colocado sobre el navío que serviría de mensajero al dios de la lluvia.
«¿Y qué voy a pedir yo...?» Se repitió, y en un gesto inconsciente lanzó una mirada de soslayo a su padre y su hermano.