30/06/2017, 15:06
(Última modificación: 28/07/2017, 19:19 por Uchiha Akame.)
Cuando el gennin llegó al Centro Comercial, el lugar estaba abarrotado. A aquellas horas de la mañana no era extraño ver todo tipo de transeútes por allí; jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres y niños. Lo que fuera. El Centro Comercial de Amegakure surtía a sus ciudadanos de una gran variedad de comercios de todo tipo. Sin embargo, de lo que no iba a surtir a Kaido era de la visión de su cliente. Y es que, pese a que el muchacho había sido citado allí, el tal Skippy no aparecía por ningún lado.
El muchacho esperó y esperó, y volvió a esperar. El día se fue sucediendo mientras Kaido aguardaba en la entrada del Centro Comercial, paciente, a que el cliente hiciese acto de presencia. Afuera seguía lloviendo, como cualquier otro día.
Alrededor de las ocho de la tarde, ya anocheciendo, el gennin oyó un canturreo a su espalda.
La melodía era bastante pegadiza, aunque quien la estaba cantando no tenía en absoluto talento para ello. Si el Tiburón se daba media vuelta, encontraría al autor de la cancioncilla. Era un tipo algo más alto que él, ancho de hombros y vestido con un yukata azul oscuro, muy desgastado, y un sencillo obi dorado en torno a la cintura. Calzaba getas de madera, y sus pasos resonaban con cierto ritmo.
—Esto me ha puesto contento esta noche, ¿puedo cantarlo otra vez? —preguntó, mirando a Kaido a través del cristal de sus gafas rectangulares.
El hombre debía rondar los cincuenta, tenía el rostro surcado de arrugas y una expresión un tanto indescifrable. Sus ojos eran de color azul claro, casi grises, y estaba casi completamente calvo. El poco pelo que le quedaba se agrupaba en los laterales de su cabeza y en la parte trasera, arriba de la nuca. Su voz era aguda y tenía o bien un acento muy extraño o bien dificultades para el habla.
Echó a reír y luego dió una calada al cigarrillo que sostenía entre los dedos de su mano derecha.
El muchacho esperó y esperó, y volvió a esperar. El día se fue sucediendo mientras Kaido aguardaba en la entrada del Centro Comercial, paciente, a que el cliente hiciese acto de presencia. Afuera seguía lloviendo, como cualquier otro día.
Alrededor de las ocho de la tarde, ya anocheciendo, el gennin oyó un canturreo a su espalda.
«Labios blancos, rostro pálido,
respirando copos de nieve.
Pulmones helados,
sabor amargo...»
respirando copos de nieve.
Pulmones helados,
sabor amargo...»
La melodía era bastante pegadiza, aunque quien la estaba cantando no tenía en absoluto talento para ello. Si el Tiburón se daba media vuelta, encontraría al autor de la cancioncilla. Era un tipo algo más alto que él, ancho de hombros y vestido con un yukata azul oscuro, muy desgastado, y un sencillo obi dorado en torno a la cintura. Calzaba getas de madera, y sus pasos resonaban con cierto ritmo.
—Esto me ha puesto contento esta noche, ¿puedo cantarlo otra vez? —preguntó, mirando a Kaido a través del cristal de sus gafas rectangulares.
El hombre debía rondar los cincuenta, tenía el rostro surcado de arrugas y una expresión un tanto indescifrable. Sus ojos eran de color azul claro, casi grises, y estaba casi completamente calvo. El poco pelo que le quedaba se agrupaba en los laterales de su cabeza y en la parte trasera, arriba de la nuca. Su voz era aguda y tenía o bien un acento muy extraño o bien dificultades para el habla.
«Luces apagados,
días terminados.
Intentando pagael alquileeeer...»
días terminados.
Intentando pagael alquileeeer...»
Echó a reír y luego dió una calada al cigarrillo que sostenía entre los dedos de su mano derecha.