1/07/2017, 00:19
(Última modificación: 28/07/2017, 19:20 por Uchiha Akame.)
En un principio, el escualo se vio en la obligación de actuar conforme a lo estipulado: tendría que aguardar pacientemente a que el cliente llegara a las inmediaciones y fuera él el que le buscase entre el público, siendo que ninguno de los dos parecía conocer el cómo lucía el otro.
Y sin embargo, ese momento nunca pareció llegar.
Con cada hora que pasaba, la paciencia del gyojin iba agotándose poco a poco, filtrando su raciocinio a cuenta gotas y convirtiéndolo en una especie de bomba de tiempo que ya habría explotado si las circunstancias fueran otras. Pero algo le decía que tendría grandes problemas si llegaba a mandar todo a la mierda —y ganas no le faltaron— así que decidió esperar, y esperar, y esperar. Esa espera se convirtió finalmente en una rutina inacabable, en la que el propósito nunca se cumplió.
Por más atento que estuvo nunca logró hacer contacto con el tal señor Skippy.
La tenue luz del día comenzaba a esfumarse, y el anochecer tocó entonces la puerta. Era poca la gente que quedaba en los alrededores, así que el escualo decidió, finalmente, largarse de allí; con el rabo entre las piernas y sin poder quejarse de aquel épico fallo de la misión.
No obstante, antes de que pudiera partir; una melódica canción inundó sus oídos.
Kaido volteó en súbito, y presenció la fuente de aquella cancioncilla. Un hombre mayor, alto, que vestía un Yukata azul y hacía retumbar el suelo con sus getas de madera. De rostro palidezco, ataviado por el inminente paso del tiempo. Calvo, salvo por los costados de su cráneo que se negaban a dejar ir a los últimos vestigios de cabello.
—Esto me ha puesto contento esta noche, ¿puedo cantarlo otra vez?
—Cántelo, báilelo, haga lo que quiera. El de la noche arruinada soy yo, no usted.
No le iba a joder el buen ánimo al viejo, así que dio dos grandes zancadas y dejó atrás el humo venidero del tabaco quemándose en la boca de aquel melodioso hombre. Y sin embargo, antes de que Kaido dejase finalmente el centro comercial, se detuvo y giró en seco.
«No me digas que...»
—Oye, tú; ¿cómo te llamas? —le indagó directamente al fumador.
Y sin embargo, ese momento nunca pareció llegar.
Con cada hora que pasaba, la paciencia del gyojin iba agotándose poco a poco, filtrando su raciocinio a cuenta gotas y convirtiéndolo en una especie de bomba de tiempo que ya habría explotado si las circunstancias fueran otras. Pero algo le decía que tendría grandes problemas si llegaba a mandar todo a la mierda —y ganas no le faltaron— así que decidió esperar, y esperar, y esperar. Esa espera se convirtió finalmente en una rutina inacabable, en la que el propósito nunca se cumplió.
Por más atento que estuvo nunca logró hacer contacto con el tal señor Skippy.
***
La tenue luz del día comenzaba a esfumarse, y el anochecer tocó entonces la puerta. Era poca la gente que quedaba en los alrededores, así que el escualo decidió, finalmente, largarse de allí; con el rabo entre las piernas y sin poder quejarse de aquel épico fallo de la misión.
No obstante, antes de que pudiera partir; una melódica canción inundó sus oídos.
«Labios blancos, rostro pálido,
respirando copos de nieve.
Pulmones helados,
sabor amargo...»
respirando copos de nieve.
Pulmones helados,
sabor amargo...»
Kaido volteó en súbito, y presenció la fuente de aquella cancioncilla. Un hombre mayor, alto, que vestía un Yukata azul y hacía retumbar el suelo con sus getas de madera. De rostro palidezco, ataviado por el inminente paso del tiempo. Calvo, salvo por los costados de su cráneo que se negaban a dejar ir a los últimos vestigios de cabello.
—Esto me ha puesto contento esta noche, ¿puedo cantarlo otra vez?
—Cántelo, báilelo, haga lo que quiera. El de la noche arruinada soy yo, no usted.
«Luces apagados
días terminados.
Intentando pagael alquileeeer...»
días terminados.
Intentando pagael alquileeeer...»
No le iba a joder el buen ánimo al viejo, así que dio dos grandes zancadas y dejó atrás el humo venidero del tabaco quemándose en la boca de aquel melodioso hombre. Y sin embargo, antes de que Kaido dejase finalmente el centro comercial, se detuvo y giró en seco.
«No me digas que...»
—Oye, tú; ¿cómo te llamas? —le indagó directamente al fumador.