4/07/2017, 13:21
Allí, sentado en el banquillo cual gladiador a la espera de atravesar las puertas del olimpo, aguardaba el tiburón de Amegakure. Paciente, con la tensa calma envolviéndole los hombros y el fortuito silencio hijo de la incertidumbre apabullándose en sus oídos. Era una sala tranquila, perfectamente amoblada e iluminada; preparada seguramente con la intención de hacer que los competidores pudieran controlar sus impulsos frenéticos de adrenalina y pensasen bien acerca de cómo iban a actuar en sus combates, pero el efecto que el encierro tenía producía todo lo contrario.
La curiosidad era tenaz. Sórdidas interrogantes iban y venían a mil por segundo. ¿Contra quién competiré, qué clase de habilidades tendrá, será una batalla sencilla o tendré que mostrar todo mi repertorio al público? y otras cuantas más. No sólo tendrían que luchar con otro ninja, sino también con ellos mismos.
Para la suerte del confiado escualo, aquella oportunidad no hacía más que realzar su ya conocida inquebrantable confianza. Estaba seguro de que le iba a patear el culo a su oponente, fuera quien fuera. El quid de la cuestión estaba en cuándo tendría que hacerlo.
Hasta que finalmente...
¡Clank!
La bisagra rugió, y así la puerta al exterior se abrió en súbito. Y con aquella clara invitación, el clamor del público también se hizo presente. Una marea incontable de ciudadanos que aguardaban ruidosos y expectantes, deseosos de ver un espectáculo de primera. Kaido no los iba a defraudar: se los daría a toda costa.
«Lo tienes hecho, éste torneo es tuyo» —se dijo a sí mismo, mientras dejaba que su azulado cuerpo se moviera a paso agigantado hasta la posición pertinente en la plataforma de combate. Allí, alzó un brazo cual campeón elegido por el pueblo y dejó que su sonrisa mordaz adornada a sus fanáticos, si es que tenía alguno.
Confiado, excitado, deseoso de proclamar su victoria. Aquello iba dedicado a su Kage, y a quienes alguna vez habían dudado de él. Estaba a punto de demostrarles lo contrario.
La curiosidad era tenaz. Sórdidas interrogantes iban y venían a mil por segundo. ¿Contra quién competiré, qué clase de habilidades tendrá, será una batalla sencilla o tendré que mostrar todo mi repertorio al público? y otras cuantas más. No sólo tendrían que luchar con otro ninja, sino también con ellos mismos.
Para la suerte del confiado escualo, aquella oportunidad no hacía más que realzar su ya conocida inquebrantable confianza. Estaba seguro de que le iba a patear el culo a su oponente, fuera quien fuera. El quid de la cuestión estaba en cuándo tendría que hacerlo.
Hasta que finalmente...
¡Clank!
La bisagra rugió, y así la puerta al exterior se abrió en súbito. Y con aquella clara invitación, el clamor del público también se hizo presente. Una marea incontable de ciudadanos que aguardaban ruidosos y expectantes, deseosos de ver un espectáculo de primera. Kaido no los iba a defraudar: se los daría a toda costa.
«Lo tienes hecho, éste torneo es tuyo» —se dijo a sí mismo, mientras dejaba que su azulado cuerpo se moviera a paso agigantado hasta la posición pertinente en la plataforma de combate. Allí, alzó un brazo cual campeón elegido por el pueblo y dejó que su sonrisa mordaz adornada a sus fanáticos, si es que tenía alguno.
Confiado, excitado, deseoso de proclamar su victoria. Aquello iba dedicado a su Kage, y a quienes alguna vez habían dudado de él. Estaba a punto de demostrarles lo contrario.