5/07/2017, 11:31
(Última modificación: 29/07/2017, 02:26 por Amedama Daruu.)
Ella también estaba asustada. Terriblemente asustada. No sólo echaba de menos a su hermano, sino que también a su padre. Incluso a la madre de Daruu. Ojalá alguien lo suficientemente poderoso fuera a buscarlos, a salvarlos de aquella tortura. Pero en aquellos momentos todos pensaban que estaban, simplemente, arreglando unas cañerías. Nadie podría sospechar siquiera en el lío en el que se habían metido. Y lo peor era que no tenían ningún método de contactar con el exterior.
Si no conseguían salir por su propio pie...
—No. Entonces comenzaremos a perdernos —explicó Daruu, ante su pregunta—. Tenemos que seguir pegados a la pared, siempre pegados hacia la misma pared. Así no volveremos al pasillo del zigzag, ¿entiendes? De modo que continuemos recto.
Ella asintió en silencio. Y, apoyando la mano en la pared que debían seguir, continuaron caminando. De esa manera no se harían un lío si se encontraban con nuevas puertas o si llegaban a otro callejón sin salida. De este modo, dejaron la salida atrás, pero enseguida descubrieron que el pasillo que estaban siguiendo les conducía a otra que deberían tomar irremediablemente. Giraron a la izquierda al llegar a ella y, siguiendo religiosamente la pared, giraron a derecha, luego a izquierda y enfilaron un largo pasillo curvo ignorando otras dos salidas. Ayame arrastraba prácticamente los pies, entre fatigada y alerta al mismo tiempo. Pero tras un largo rato sin que hubiese ocurrido nada que atentara contra su seguridad, fue, irremediablemente, bajando poco a poco la guardia. El pasilló acabó replegándose sobre sí mismo tras un giro a la derecha y un nuevo zig-zag. Los dos muchachos enseguida apreciaron que, en la pared contigua, parecía haber una abertura que había sido tapada por una losa de hormigón.
—¿Hemos llegado al otro lado de la sala circular? —se preguntó Ayame en voz alta, sin esperar realmente una respuesta.
El camino volvió a doblarse, continuaron recto, y volvieron a girar a la derecha. Un nuevo pasillo interminable al final del cual se apreciaba otro doblez a la izquierda.
Pero entonces todo se volvió negro. La oscuridad los atrapó en un denso manto y Ayame sintió que le faltaba el aire. Miró a su alrededor, aterrorizada, pero no era capaz de ver absolutamente nada. Ni siquiera a su compañero, que en teoría debía de estar a escasos centímetros de ella. Y entonces el frío caló en su cuerpo como una garra que la paralizó por completo.
—D... ¿¡Daruu-kun!? —le llamó, con un ahogado hilo de voz.
—¡Oh, pero no os preocupéis, mis queridos muchachos! —volvió a repetir la siniestra voz, con las mismas exactas palabras que había utilizado minutos atrás—. No creáis que sería capaz de dejaros solos en una situación así sin daros siquiera una pista. ¡No, por favor, no! Es muy sencillo: cada vez que os equivoquéis de camino y os estéis dirigiendo a un callejón sin salida, una trampa mortal se activará. ¿Veis que fácil? Sólo tenéis que no equivocaros de camino.
»Pero cuidado con los temores que albergáis en lo más profundo de vuestros corazones... ¡Podríais encontraros cara a cara con ellos a la vuelta de cada esquina!
—¡Daruu-san! ¿¡Dónde estás!? —exclamó Ayame, encogiéndose sobre sí misma con lágrimas en los ojos.
Pero Daruu no debía de estar pasándolo mucho mejor. Él no parecía haber sido afectado por el repentino manto de oscuridad y podía ver con total claridad. Sin embargo, lo que tenía frente a él no era mucho mejor. Una enorme avispa, de unos dos metros de longitud, los miraba ladeando la cabeza y chasqueando las mandíbulas. En un espacio tan pequeño no podía volar, pero sus alas vibraron con un pesado zumbido en un amago de hacerlo.
En un abrir y cerrar de ojos, sus seis patas se movieron de manera perfectamente sincronizada y el colosal insecto se abalanzó sobre ellos con las mandíbulas por delante.
Si no conseguían salir por su propio pie...
—No. Entonces comenzaremos a perdernos —explicó Daruu, ante su pregunta—. Tenemos que seguir pegados a la pared, siempre pegados hacia la misma pared. Así no volveremos al pasillo del zigzag, ¿entiendes? De modo que continuemos recto.
Ella asintió en silencio. Y, apoyando la mano en la pared que debían seguir, continuaron caminando. De esa manera no se harían un lío si se encontraban con nuevas puertas o si llegaban a otro callejón sin salida. De este modo, dejaron la salida atrás, pero enseguida descubrieron que el pasillo que estaban siguiendo les conducía a otra que deberían tomar irremediablemente. Giraron a la izquierda al llegar a ella y, siguiendo religiosamente la pared, giraron a derecha, luego a izquierda y enfilaron un largo pasillo curvo ignorando otras dos salidas. Ayame arrastraba prácticamente los pies, entre fatigada y alerta al mismo tiempo. Pero tras un largo rato sin que hubiese ocurrido nada que atentara contra su seguridad, fue, irremediablemente, bajando poco a poco la guardia. El pasilló acabó replegándose sobre sí mismo tras un giro a la derecha y un nuevo zig-zag. Los dos muchachos enseguida apreciaron que, en la pared contigua, parecía haber una abertura que había sido tapada por una losa de hormigón.
—¿Hemos llegado al otro lado de la sala circular? —se preguntó Ayame en voz alta, sin esperar realmente una respuesta.
El camino volvió a doblarse, continuaron recto, y volvieron a girar a la derecha. Un nuevo pasillo interminable al final del cual se apreciaba otro doblez a la izquierda.
Pero entonces todo se volvió negro. La oscuridad los atrapó en un denso manto y Ayame sintió que le faltaba el aire. Miró a su alrededor, aterrorizada, pero no era capaz de ver absolutamente nada. Ni siquiera a su compañero, que en teoría debía de estar a escasos centímetros de ella. Y entonces el frío caló en su cuerpo como una garra que la paralizó por completo.
—D... ¿¡Daruu-kun!? —le llamó, con un ahogado hilo de voz.
—¡Oh, pero no os preocupéis, mis queridos muchachos! —volvió a repetir la siniestra voz, con las mismas exactas palabras que había utilizado minutos atrás—. No creáis que sería capaz de dejaros solos en una situación así sin daros siquiera una pista. ¡No, por favor, no! Es muy sencillo: cada vez que os equivoquéis de camino y os estéis dirigiendo a un callejón sin salida, una trampa mortal se activará. ¿Veis que fácil? Sólo tenéis que no equivocaros de camino.
»Pero cuidado con los temores que albergáis en lo más profundo de vuestros corazones... ¡Podríais encontraros cara a cara con ellos a la vuelta de cada esquina!
—¡Daruu-san! ¿¡Dónde estás!? —exclamó Ayame, encogiéndose sobre sí misma con lágrimas en los ojos.
Pero Daruu no debía de estar pasándolo mucho mejor. Él no parecía haber sido afectado por el repentino manto de oscuridad y podía ver con total claridad. Sin embargo, lo que tenía frente a él no era mucho mejor. Una enorme avispa, de unos dos metros de longitud, los miraba ladeando la cabeza y chasqueando las mandíbulas. En un espacio tan pequeño no podía volar, pero sus alas vibraron con un pesado zumbido en un amago de hacerlo.
En un abrir y cerrar de ojos, sus seis patas se movieron de manera perfectamente sincronizada y el colosal insecto se abalanzó sobre ellos con las mandíbulas por delante.