7/07/2017, 12:13
Necesito toxinas. ¡Toxinas! como si el tabaco no le fuese suficiente. Fue allí que llegó a comprender realmente a quién le estaría trabajando durante la noche: a un snob fracasado víctima de sus propias adicciones cuya abstinencia le impulsaría a moverse en pro de conseguir lo que más ansiaba. Y así fue, intentando dejarle atrás poco después de afirmar que tenían que encontrar a su primo en Lindesvan, lo que fuera que significaba aquello.
El gyojin maldijo para sus adentros, intentando dejar sus prejuicios a un lado e intentando enfocarse en la misión que tenía por delante. Y por delante tuvo la fortuita oscuridad de callejones aledaños a los caminos principales, ruta que el señor Skippy hubo tomado para acortar el trayecto.
Bastó un solo cruce para encontrarse sumergido en un oscuro callejón, donde una de esas merdecillas malvivientes que hace vida en los bajos fondos les llamó la atención con una de las preguntas preferidas de criminales de baja monta. Pedir la hora, y pedir fuego era lo que más se escuchaba antes de que algún maleante intentara quitarte la cartera. Eso lo sabía cualquiera.
Y como si aquello no fuese advertencia suficiente, un crujido les advirtió que otro par se acercaba por la retaguardia, a paso apresurado. Kaido no tuvo más remedio que hacer gala de su apariencia, y de su posición: tal vez fuese combinación suficiente para salir al otro extremo en una pieza.
—Sí, compañero; es hora de que dejes de meter la nariz donde no debes —advirtió, mientras con la diestra empujaba a Skippy hacia el camino abierto. Siempre de espalda al viejo, con la mirada fija a la posición de los desconocidos, aunque ocasionalmente giraba la cabeza para percatarse de que nadie les flanqueara.
Porque si eso sucedía, estaban jodidos.
El gyojin maldijo para sus adentros, intentando dejar sus prejuicios a un lado e intentando enfocarse en la misión que tenía por delante. Y por delante tuvo la fortuita oscuridad de callejones aledaños a los caminos principales, ruta que el señor Skippy hubo tomado para acortar el trayecto.
Bastó un solo cruce para encontrarse sumergido en un oscuro callejón, donde una de esas merdecillas malvivientes que hace vida en los bajos fondos les llamó la atención con una de las preguntas preferidas de criminales de baja monta. Pedir la hora, y pedir fuego era lo que más se escuchaba antes de que algún maleante intentara quitarte la cartera. Eso lo sabía cualquiera.
Y como si aquello no fuese advertencia suficiente, un crujido les advirtió que otro par se acercaba por la retaguardia, a paso apresurado. Kaido no tuvo más remedio que hacer gala de su apariencia, y de su posición: tal vez fuese combinación suficiente para salir al otro extremo en una pieza.
—Sí, compañero; es hora de que dejes de meter la nariz donde no debes —advirtió, mientras con la diestra empujaba a Skippy hacia el camino abierto. Siempre de espalda al viejo, con la mirada fija a la posición de los desconocidos, aunque ocasionalmente giraba la cabeza para percatarse de que nadie les flanqueara.
Porque si eso sucedía, estaban jodidos.