12/07/2017, 23:52
Kaido suspiró, ligeramente aliviado. Que Skippy hubiese aceptado su propuesta no sólo le daba el margen de tiempo suficiente como para poder averiguar qué coño significaba Lindesvan —que hasta entonces seguía siendo un misterio, y era incapaz de saber si se trataba de una zona, un alias, o algún delirio del vejestorio— sino que lo podría hacer fuera de las calles, en un ambiente seguro.
No obstante, le advirtió lo siguiente: y es que si no resultaba ser tan divertido como el yal Lindesvan, ambos tendrían un serio problema. Aquella mirada introspectiva bajo los cuadrados cristales que agobiaban su rostro se lo dejó muy claro.
Pero resuelto a probar su suerte, el escualo decidió entonces poner marcha y tomar una de las rutas principales y más concurridas, al menos para esas horas de la noche. Transcurrió aproximadamente séis minutos antes de que Kaido diese un último giro a la derecha, y se sumergiese con su interlocutor a una calle extensa, llena hasta sus cimientos de cualquier cantidad de carteles con luces de neón, y distintas entradas a cualquier tipo de locales. Él, sin embargo, tomó la entrada del Karaoke de que le había hablado a Skippy, llamado La melodía de Uzume.
El interior era iluminado, grato y bullicioso. De fondo ya alguien se apresuraba a entonar la melodía de una canción, mientras seguía los kanjis que se iban dibujando en una enorme y ostentosa pantalla al costado del escenario. Quien cantaba en ese momento era una mujer, algo mayor, aunque su voz no era del todo desagradable. El numeroso público lo podía agradecer, desde luego, puesto que eran más los participantes que no cantaban tan bien que los que sí lo hacían.
—Bueno, aquí estamos. ¿Quieres apuntarte para la próxima canción? —le dijo, mientras dejaba que los ojos de su contratante revelaran por sí mismos el interior de aquel local. Adornado con una gran cantidad de figuras e ilustraciones de la diosa Uzume, del canto y la alegría; con alrededor de 20 mesas repartidas en el centro del gran salón. Camareros se movían como liebres a través de los clientes, llevando bebidas, aperitivos, y demás.
Muchos fumadores, mucho humo, y un ambiente grato de fiesta.
Mientras Skippy se adaptaba al lugar, él echaría un vistazo alrededor, intentando localizar a algún grupo de gente que transmitiera esa imagen rebelde, de calle, a la que le pudiera preguntar algunas cosas.
No obstante, le advirtió lo siguiente: y es que si no resultaba ser tan divertido como el yal Lindesvan, ambos tendrían un serio problema. Aquella mirada introspectiva bajo los cuadrados cristales que agobiaban su rostro se lo dejó muy claro.
Pero resuelto a probar su suerte, el escualo decidió entonces poner marcha y tomar una de las rutas principales y más concurridas, al menos para esas horas de la noche. Transcurrió aproximadamente séis minutos antes de que Kaido diese un último giro a la derecha, y se sumergiese con su interlocutor a una calle extensa, llena hasta sus cimientos de cualquier cantidad de carteles con luces de neón, y distintas entradas a cualquier tipo de locales. Él, sin embargo, tomó la entrada del Karaoke de que le había hablado a Skippy, llamado La melodía de Uzume.
El interior era iluminado, grato y bullicioso. De fondo ya alguien se apresuraba a entonar la melodía de una canción, mientras seguía los kanjis que se iban dibujando en una enorme y ostentosa pantalla al costado del escenario. Quien cantaba en ese momento era una mujer, algo mayor, aunque su voz no era del todo desagradable. El numeroso público lo podía agradecer, desde luego, puesto que eran más los participantes que no cantaban tan bien que los que sí lo hacían.
—Bueno, aquí estamos. ¿Quieres apuntarte para la próxima canción? —le dijo, mientras dejaba que los ojos de su contratante revelaran por sí mismos el interior de aquel local. Adornado con una gran cantidad de figuras e ilustraciones de la diosa Uzume, del canto y la alegría; con alrededor de 20 mesas repartidas en el centro del gran salón. Camareros se movían como liebres a través de los clientes, llevando bebidas, aperitivos, y demás.
Muchos fumadores, mucho humo, y un ambiente grato de fiesta.
Mientras Skippy se adaptaba al lugar, él echaría un vistazo alrededor, intentando localizar a algún grupo de gente que transmitiera esa imagen rebelde, de calle, a la que le pudiera preguntar algunas cosas.