13/07/2017, 19:38
El rostro de aquel hombre tan extraño se iluminó como una de las brillantes farolas que adornaban la calle nada más entrar en el local. Las luces, el humo, la música... Todo componía una imagen típica de la noche en el Distrito Comercial de Amegakure. Por allí se podían ver todo tipo de personajes, algunos incluso tan o más extravagantes que el propio Skippy. Éste, nada más entrar, ignoró por completo a Kaido y se fue derecho a la barra. El Gyojin podría verlo pidiendo una cerveza en la jarra más grande que tuviesen.
Mientras Skippy se relacionaba con la fauna local, el gennin se dedicó a hacer un poco de observación. Gente de aspecto dudoso había a puñados en aquel sitio —como en casi todos los locales del Distrito—, pero fue un grupo en especial el que destacó sobre los demás.
Estaban ubicados en una esquina del lugar, alrededor de un par de mesas especialmente grandes y acomodados en sofás que nada tenían que ver con las sillas que había en el resto de mesas. En el centro, un hombre de aspecto ya entrado en años —unos cincuenta—, kimono verde claro con ribetes azules y dorados de aspecto extremadamente caro. Junto a él, un corrillo de muchachas que se esforzaban visiblemente por reírle cada chiste y captar su atención. El tipo era canoso pero todavía conservaba algo de pelo negro; sus ojos azules pasaban de los escotes de las chicas a la botella de aspecto caro que reposaba sobre la mesa, y una linda cicatriz le cruzaba el lado izquierdo del rostro.
Sentados cada uno en un flanco de aquel lujoso rincón un par de jóvenes veinteañeros con cara de pocos amigos recibían también alguna mirada del mayor. No tomaban copas ni parecían interesados en las muchachas, sino más bien en el resto del local.
Mientras Skippy se relacionaba con la fauna local, el gennin se dedicó a hacer un poco de observación. Gente de aspecto dudoso había a puñados en aquel sitio —como en casi todos los locales del Distrito—, pero fue un grupo en especial el que destacó sobre los demás.
Estaban ubicados en una esquina del lugar, alrededor de un par de mesas especialmente grandes y acomodados en sofás que nada tenían que ver con las sillas que había en el resto de mesas. En el centro, un hombre de aspecto ya entrado en años —unos cincuenta—, kimono verde claro con ribetes azules y dorados de aspecto extremadamente caro. Junto a él, un corrillo de muchachas que se esforzaban visiblemente por reírle cada chiste y captar su atención. El tipo era canoso pero todavía conservaba algo de pelo negro; sus ojos azules pasaban de los escotes de las chicas a la botella de aspecto caro que reposaba sobre la mesa, y una linda cicatriz le cruzaba el lado izquierdo del rostro.
Sentados cada uno en un flanco de aquel lujoso rincón un par de jóvenes veinteañeros con cara de pocos amigos recibían también alguna mirada del mayor. No tomaban copas ni parecían interesados en las muchachas, sino más bien en el resto del local.