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Pero Ritsuko no respondía. Seguía agitándose en el suelo, cubriéndose el rostro con ambas manos y gimiendo de dolor. Ayame torció el gesto ligeramente. Sus ojos, sin embargo, seguían clavados en su oponente mientras su corazón se debatía en un duelo interno. No podía atacarla en ese estado, pero tampoco quería permitirse el lujo de bajar la guardia y echar por tierra todo el esfuerzo que había realizado hasta el momento.
«Por favor, ríndete de una vez... ¿A qué están esperando para dar por finalizado el combate?» Suplicó para sus adentros. Su oponente había sido claramente incapacitado, no parecía que tuviera muchas ganas de continuar con aquello.