19/07/2017, 20:59
Ayame asintió brevemente ante la aceptación de su compañero. Le soltó la mano y se giró sobre sus pasos para tomar el nuevo camino.
Tal y como había sugerido, comenzó a seguir la pared contraria. Tomaron la salida más inmediata que encontraron, a mano derecha, tras un par de muros más volvieron a girar a la derecha y enfilaron un largo pasillo que zigzagueaba sobre sí mismo. Al final del mismo encontraron una nueva salida y volvieron a girar hacia la derecha.
—Parece que cada vez vamos más hacia el exterior... —comentó Ayame en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlos. En realidad, no estaba muy segura de si su afirmación era cierta, pero algo dentro de ella quería creerlo. Si no, probablemente habría acabado enloqueciendo varios minutos atrás.
Sin embargo, aquella sensación de victoria fue dolorosamente breve. Con desesperación, vio como el pasillo terminaba en un punto muerto cuando apenas estaban a unos pocos metros del final. Ayame se detuvo bruscamente.
—Pero... —balbuceó, confundida—. Si no se ha activado ningun...
Un penetrante olor invadió sus narices justo antes de que una explosión lacerara sus tímpanos. Ensordecidos y aturdidos, ambos muchachos se vieron impulsados con violencia hacia delante. Sus cuerpos chocaron contra el muro que definía el final de aquel pasillo. Cayeron al suelo. Un molesto pitido resonaba aún en los oídos de Ayame. Las paredes del laberinto le daba vueltas. Se sentía profundamente mareada. Pero peor fue la sensación cuando volvió en sí. Una intensa quemazón en la espalda le hizo gritar, dolorida. Y peor aún era el olor y la ola de calor que abrazaba su cuerpo.
Y es que, justo por donde habían venido, ahora se levantaba un infranqueable muro de llamas que se acercaba a ellos alimentado por un gas que emanaba de las tuberías que les rodeaban.
—¡Oh, pero no os preocupéis, mis queridos muchachos! No creáis que sería capaz de dejaros solos en una situación así sin daros siquiera una pista. ¡No, por favor, no! Es muy sencillo: cada vez que os equivoquéis de camino y os estéis dirigiendo a un callejón sin salida, una trampa mortal se activará. ¿Veis que fácil? Sólo tenéis que no equivocaros de camino.
»Pero cuidado con la pasión de vuestros espíritus... ¡podríais llegar a quemaros con ella!
Ayame le ignoró y sacudió la cabeza. No tenían mucho tiempo. El gas y el fuego se estaban comiendo el oxígeno. Si tardaban mucho en salir de aquella...
Ayame entrelazó las manos en tres sellos consecutivos.
—¡Suiton: Mizurappa! —exclamó, justo antes de inspirar con fuerza y exhalar un chorro de agua a presión directo hacia las llamas.
Sin embargo, su técnica de suiton no era lo suficientemente fuerte como para apagar ella sola aquel muro de fuego. Apenas logró contenerlo unos instantes...
Tal y como había sugerido, comenzó a seguir la pared contraria. Tomaron la salida más inmediata que encontraron, a mano derecha, tras un par de muros más volvieron a girar a la derecha y enfilaron un largo pasillo que zigzagueaba sobre sí mismo. Al final del mismo encontraron una nueva salida y volvieron a girar hacia la derecha.
—Parece que cada vez vamos más hacia el exterior... —comentó Ayame en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlos. En realidad, no estaba muy segura de si su afirmación era cierta, pero algo dentro de ella quería creerlo. Si no, probablemente habría acabado enloqueciendo varios minutos atrás.
Sin embargo, aquella sensación de victoria fue dolorosamente breve. Con desesperación, vio como el pasillo terminaba en un punto muerto cuando apenas estaban a unos pocos metros del final. Ayame se detuvo bruscamente.
—Pero... —balbuceó, confundida—. Si no se ha activado ningun...
Un penetrante olor invadió sus narices justo antes de que una explosión lacerara sus tímpanos. Ensordecidos y aturdidos, ambos muchachos se vieron impulsados con violencia hacia delante. Sus cuerpos chocaron contra el muro que definía el final de aquel pasillo. Cayeron al suelo. Un molesto pitido resonaba aún en los oídos de Ayame. Las paredes del laberinto le daba vueltas. Se sentía profundamente mareada. Pero peor fue la sensación cuando volvió en sí. Una intensa quemazón en la espalda le hizo gritar, dolorida. Y peor aún era el olor y la ola de calor que abrazaba su cuerpo.
Y es que, justo por donde habían venido, ahora se levantaba un infranqueable muro de llamas que se acercaba a ellos alimentado por un gas que emanaba de las tuberías que les rodeaban.
—¡Oh, pero no os preocupéis, mis queridos muchachos! No creáis que sería capaz de dejaros solos en una situación así sin daros siquiera una pista. ¡No, por favor, no! Es muy sencillo: cada vez que os equivoquéis de camino y os estéis dirigiendo a un callejón sin salida, una trampa mortal se activará. ¿Veis que fácil? Sólo tenéis que no equivocaros de camino.
»Pero cuidado con la pasión de vuestros espíritus... ¡podríais llegar a quemaros con ella!
Ayame le ignoró y sacudió la cabeza. No tenían mucho tiempo. El gas y el fuego se estaban comiendo el oxígeno. Si tardaban mucho en salir de aquella...
Ayame entrelazó las manos en tres sellos consecutivos.
—¡Suiton: Mizurappa! —exclamó, justo antes de inspirar con fuerza y exhalar un chorro de agua a presión directo hacia las llamas.
Sin embargo, su técnica de suiton no era lo suficientemente fuerte como para apagar ella sola aquel muro de fuego. Apenas logró contenerlo unos instantes...