20/07/2017, 11:07
(Última modificación: 29/07/2017, 02:27 por Amedama Daruu.)
Daruu no dudó un instante en unirse a ella. Con la misma secuencia de sellos que había utilizado Ayame, expelió un chorro de agua a presión que se combinó con el suyo propio y creó una vorágine de agua violenta y salvaje que se estrelló contra las llamas y las asfixiaron en cuestión de segundos. El agua chocó contra las paredes, rebotó en ellas y regresó hacia los dos muchachos, que se vieron arrastrados de nuevo contra la pared, esta vez con más suavidad, acariciando sus quemaduras y aliviándolas casi con ternura. Ambos quedaron tumbados boca arriba, jadeando, exhaustos.
—Odio los laberintos. Lo he decidido —dijo Daruu—. A partir de hoy y para siempre. ¡Ugh!
Daruu se levantó con cierto esfuerzo, pero Ayame aún se mantuvo en el suelo. Con un gesto de dolor, se limitó a girar para que su espalda no siguiera en contacto con el suelo.
—Estoy harta de este sitio...
—No compensa —añadió él, riendo—. Lo que te dan por una misión de rango D versus la espalda chuscarrada como un trozo de peperoni pasado en el horno y la ropa hecha unas trizas. Casi va a costar más comprarme otra chaqueta que lo que nos van a dar.
—Bueno... esta no era nuestra misión... Hemos acabado aquí por "accidente" —respondió, mientras se reincorporaba con cuidado y se reajustaba la bandana sobre la frente. La quemadura seguía molestándola pero el dolor ya era más soportable. Ahora era apenas un cosquilleo entre los omóplatos que se iba reduciendo lenta y paulatinamente...
—Ayame... —la llamó Daruu, repentinamente serio—. ¿Qué es ese tatuaje? ¿Es una técnica... médica... de tu padre? Pero el chakra de tu padre no es de ese... color.
Ayame se sobresaltó ligeramente. Daruu la estaba contemplando fijamente con aquellos ojos rodeados de venas. Sus iris perlados casi parecían atravesarla y durante un instante se sintió desnuda ante él, como si pudiera ver cualquier cosa a través de ella. Se removió, inquieta, con su cerebro trabajando a toda velocidad en algún tipo de excusa barata que pudiera utilizar. No era la primera vez que le pasaba. Desde niña, desde que le habían sellado al Gobi, siempre que se hacía alguna herida se regeneraba a una velocidad prácticamente antinatural. No era algo que pudiera explicar con palabras, ya que ella no lo hacía de manera consciente. Simplemente era su cuerpo el que se encargaba de acelerar aquel proceso de regeneración.
—Esto... bueno... es... una técnica médica... sí... Me la pusieron de niña y hace que mis heridas curen más rápido...
No hay mejor mentira que la que tiene parte de verdad. Pero ni con esas a Ayame le salía de forma natural, y ella era muy consciente de ello, por lo que se limitó a avanzar algunos pasos, de vuelta por donde habían venido. En un vano intento por ocultar el sello del hierro, se tiró del extremo de la ropa que le quedaba. Pero buena parte de él seguía al descubierto.
—De... deberíamos continuar y salir de aquí cuanto antes —añadió, repentinamente angustiada.
—Odio los laberintos. Lo he decidido —dijo Daruu—. A partir de hoy y para siempre. ¡Ugh!
Daruu se levantó con cierto esfuerzo, pero Ayame aún se mantuvo en el suelo. Con un gesto de dolor, se limitó a girar para que su espalda no siguiera en contacto con el suelo.
—Estoy harta de este sitio...
—No compensa —añadió él, riendo—. Lo que te dan por una misión de rango D versus la espalda chuscarrada como un trozo de peperoni pasado en el horno y la ropa hecha unas trizas. Casi va a costar más comprarme otra chaqueta que lo que nos van a dar.
—Bueno... esta no era nuestra misión... Hemos acabado aquí por "accidente" —respondió, mientras se reincorporaba con cuidado y se reajustaba la bandana sobre la frente. La quemadura seguía molestándola pero el dolor ya era más soportable. Ahora era apenas un cosquilleo entre los omóplatos que se iba reduciendo lenta y paulatinamente...
—Ayame... —la llamó Daruu, repentinamente serio—. ¿Qué es ese tatuaje? ¿Es una técnica... médica... de tu padre? Pero el chakra de tu padre no es de ese... color.
Ayame se sobresaltó ligeramente. Daruu la estaba contemplando fijamente con aquellos ojos rodeados de venas. Sus iris perlados casi parecían atravesarla y durante un instante se sintió desnuda ante él, como si pudiera ver cualquier cosa a través de ella. Se removió, inquieta, con su cerebro trabajando a toda velocidad en algún tipo de excusa barata que pudiera utilizar. No era la primera vez que le pasaba. Desde niña, desde que le habían sellado al Gobi, siempre que se hacía alguna herida se regeneraba a una velocidad prácticamente antinatural. No era algo que pudiera explicar con palabras, ya que ella no lo hacía de manera consciente. Simplemente era su cuerpo el que se encargaba de acelerar aquel proceso de regeneración.
—Esto... bueno... es... una técnica médica... sí... Me la pusieron de niña y hace que mis heridas curen más rápido...
No hay mejor mentira que la que tiene parte de verdad. Pero ni con esas a Ayame le salía de forma natural, y ella era muy consciente de ello, por lo que se limitó a avanzar algunos pasos, de vuelta por donde habían venido. En un vano intento por ocultar el sello del hierro, se tiró del extremo de la ropa que le quedaba. Pero buena parte de él seguía al descubierto.
—De... deberíamos continuar y salir de aquí cuanto antes —añadió, repentinamente angustiada.