21/07/2017, 22:49
Mientras se movía, pensaba que aquello no iba a hacer mella en su oponente al punto de dejarla fuera del combate. Había sido un buen movimiento, sin duda, pero era probable que el orgullo de Izumi le hiciera arremeter y él tendría que recibirla con sumo cuidado si quería ganar aquel combate.
Porque, bajo otras circunstancias, aquel kunai le habría atravesado el cerebro. Hoy, más que nunca, podía agradecer tener la sangre de su clan corriendo por sus venas.
Sin embargo, cuando pudo poner el ojo nuevamente en su rival, ésta yacía tirada en el suelo, sin moverse. El escualo pensó, evidentemente, que se trataba de una treta, así que se acercó despacio hacia su posición, rodéandola y esperando a que ésta hiciera su movimiento "sorpresa". Pero la sorpresa fue, por suerte, que aquella caída generada por el impulso de su técnica le había hecho perder la conciencia de alguna forma. Fuera por un golpe en la cabeza, o por algo más. Pero allí yacía, inerte, a merced de su oponente.
Kaido le apuntó con el último kunai que quedaba en su inventario, y sonrió, complacido del resultado.
—Te lo advertí, compañera.
Fue lo último que pudo decir antes de que se declarara, finalmente, que el combate había terminado. Y que la plaza a la segunda ronda era suya, y de nadie más.
Porque, bajo otras circunstancias, aquel kunai le habría atravesado el cerebro. Hoy, más que nunca, podía agradecer tener la sangre de su clan corriendo por sus venas.
Sin embargo, cuando pudo poner el ojo nuevamente en su rival, ésta yacía tirada en el suelo, sin moverse. El escualo pensó, evidentemente, que se trataba de una treta, así que se acercó despacio hacia su posición, rodéandola y esperando a que ésta hiciera su movimiento "sorpresa". Pero la sorpresa fue, por suerte, que aquella caída generada por el impulso de su técnica le había hecho perder la conciencia de alguna forma. Fuera por un golpe en la cabeza, o por algo más. Pero allí yacía, inerte, a merced de su oponente.
Kaido le apuntó con el último kunai que quedaba en su inventario, y sonrió, complacido del resultado.
—Te lo advertí, compañera.
Fue lo último que pudo decir antes de que se declarara, finalmente, que el combate había terminado. Y que la plaza a la segunda ronda era suya, y de nadie más.