25/07/2017, 11:25
(Última modificación: 29/07/2017, 02:30 por Amedama Daruu.)
En respuesta, Daruu se colocó frente a ella y la apartó del peligro con cuidado. Juntó las manos, y comenzó a entrelazarlas en varios sellos.
—¡Suiton: Mizuame Nabara! —exclamó, y escupió un líquido transparente, similar al agua si no fuera porque era tan viscoso como la mermelada, que se extendió sobre la superficie del agua y por las paredes del pasillo. Las serpientes que quedaron atrapadas en la superficie sisearon, enfurecidas, mientras mostraban sus colmillos. Mientras tanto, las que habían quedado bajo la superficie ondearon sobre sí mismas, buscando una abertura en aquella capa que les impedía acceder al aire. Muchas de las aberturas de las paredes quedaron también cubiertas, pero las serpientes que consiguieron salir de todas maneras quedaron pegadas junto al resto—. ¡Esto nos dará algo de tiempo, pero no mucho!
Pasaron los segundos más agobiantes de su vida. Ayame, junto a Daruu, pegó la espalda contra la puerta firmemente cerrada del ascensor. Ahogó un gemido de angustia. Por un momento llegó a desear ser un fantasma y poder atravesarla para dejar atrás aquellos terroríficos ofidios. Pero no lo era. Y las serpientes comenzaban a liberarse de sus trampas. Y el ascensor seguía sin llegar. Los reptiles volvían a moverse hacia ellos con los colmillos enfilados. Y cuando parecía que se les iban a echar encima de nuevo, cuando parecía que tendrían que recurrir a algún tipo de plan B para lograr sobrevivir a aquella última locura, las puertas se abrieron de golpe y ambos cayeron dentro del ascensor.
—¡Mierda, cuidado! —exclamó Daruu.
Y cuando Ayame alzó la cabeza pudo contemplar, horrorizada, como tres de las serpientes se abalanzaban hacia ellos justo en el momento en el que las puertas volvían a cerrarse. Tres secos golpes les indicaron que los animales se habían chocado contra el acero.
Incapaz de articular palabra y resollando con esfuerzo, Ayame tragó saliva mientras trataba de calmar los desenfrenados latidos de su corazón. Ni siquiera se dio cuenta que, como una despiadada broma, el ambiente se había llenado de la agradable musiquilla del ascensor cuando este comenzó a ascender sin que ninguno de los dos hubiese pulsado botón ninguno.
—Cuidado, Ayame —repitió Daruu junto a ella, levantándose—. No te fíes... No te fíes. —Le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—S... sí... —farfulló, con varias gotas de sudor frío perlando su frente.
Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Y ella la aceptó de buena gana. Sin embargo, apenas había apoyado las piernas cuando volvió a caer con un aullido de dolor.
—¡AH! ¡M... Mis piernas...! ¡Arden! —chilló, rota de dolor. Le temblaban las manos con violencia pero tras varios desesperados intentos consiguió remangarse las perneras del pantalón. Y se arrepintió en el mismo instante que lo había hecho. Sus piernas estaban hinchadas, amoratadas. Sentía escalofríos. Todo comenzó a darle vueltas sin remedio, la musiquilla del ascensor y la voz de Daruu se encharcaron en sus oídos y, al final, terminó por perder el conocimiento.
Ella, que era la viva representación del agua, había sido contaminada. Envenenada.
—¡Suiton: Mizuame Nabara! —exclamó, y escupió un líquido transparente, similar al agua si no fuera porque era tan viscoso como la mermelada, que se extendió sobre la superficie del agua y por las paredes del pasillo. Las serpientes que quedaron atrapadas en la superficie sisearon, enfurecidas, mientras mostraban sus colmillos. Mientras tanto, las que habían quedado bajo la superficie ondearon sobre sí mismas, buscando una abertura en aquella capa que les impedía acceder al aire. Muchas de las aberturas de las paredes quedaron también cubiertas, pero las serpientes que consiguieron salir de todas maneras quedaron pegadas junto al resto—. ¡Esto nos dará algo de tiempo, pero no mucho!
Pasaron los segundos más agobiantes de su vida. Ayame, junto a Daruu, pegó la espalda contra la puerta firmemente cerrada del ascensor. Ahogó un gemido de angustia. Por un momento llegó a desear ser un fantasma y poder atravesarla para dejar atrás aquellos terroríficos ofidios. Pero no lo era. Y las serpientes comenzaban a liberarse de sus trampas. Y el ascensor seguía sin llegar. Los reptiles volvían a moverse hacia ellos con los colmillos enfilados. Y cuando parecía que se les iban a echar encima de nuevo, cuando parecía que tendrían que recurrir a algún tipo de plan B para lograr sobrevivir a aquella última locura, las puertas se abrieron de golpe y ambos cayeron dentro del ascensor.
—¡Mierda, cuidado! —exclamó Daruu.
Y cuando Ayame alzó la cabeza pudo contemplar, horrorizada, como tres de las serpientes se abalanzaban hacia ellos justo en el momento en el que las puertas volvían a cerrarse. Tres secos golpes les indicaron que los animales se habían chocado contra el acero.
Incapaz de articular palabra y resollando con esfuerzo, Ayame tragó saliva mientras trataba de calmar los desenfrenados latidos de su corazón. Ni siquiera se dio cuenta que, como una despiadada broma, el ambiente se había llenado de la agradable musiquilla del ascensor cuando este comenzó a ascender sin que ninguno de los dos hubiese pulsado botón ninguno.
—Cuidado, Ayame —repitió Daruu junto a ella, levantándose—. No te fíes... No te fíes. —Le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—S... sí... —farfulló, con varias gotas de sudor frío perlando su frente.
Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Y ella la aceptó de buena gana. Sin embargo, apenas había apoyado las piernas cuando volvió a caer con un aullido de dolor.
—¡AH! ¡M... Mis piernas...! ¡Arden! —chilló, rota de dolor. Le temblaban las manos con violencia pero tras varios desesperados intentos consiguió remangarse las perneras del pantalón. Y se arrepintió en el mismo instante que lo había hecho. Sus piernas estaban hinchadas, amoratadas. Sentía escalofríos. Todo comenzó a darle vueltas sin remedio, la musiquilla del ascensor y la voz de Daruu se encharcaron en sus oídos y, al final, terminó por perder el conocimiento.
Ella, que era la viva representación del agua, había sido contaminada. Envenenada.