4/07/2015, 23:46
Ya estaban al fondo de la cola, esperando para depositar su papelillo con el deseo para el Dios de la Lluvia. Como con otros deseos, aquellos no eran secretos, y la gente pasaba el rato en la cola contándoselos. Daruu no quería contar el suyo, ni siquiera se lo había contado a su madre... Ella había insistido en que se lo contara un montón de veces, y también se había jactado de conocerlo de antemano.
«Puede que otros años conocieras el deseo, pero este... Este no...»
¿Por qué le daba tanta vergüenza reconocerlo? Cerró los ojos, dio un suspiro, y se dedicó a escuchar el sonido de la lluvia, impertérrito, incesante, ajeno a la espera de aquellas hormigas que le rendían homenaje. De vez en cuando, el río de agua era interrumpido por el tambor eléctrico de un trueno, y Daruu disfrutaba para sí de aquél momento. Muchos, sobretodos los niños, daban botes o se echaban a llorar. Desde pequeño, a Daruu le había parecido un sonido relajante, por extraño que eso pudiera parecer. Cuando sonaban muy cerca, el ruido le hacía sobresaltarse, pero cuando estaban lejos... Era como el canto furioso de un Dios. Como un volcán, no dejaba de ser hermoso.
Pero su madre le dio un empujoncito para que retomara la marcha, y no pudo evitar dar un respingo. Ese era el problema de las colas. Si uno permanecía en vigilia, se le hacía eterna la espera. Si uno cerraba los ojos y se dejaba llegar, le interrumpían la relajación para avanzar. Así que se dedicó a lo de todos los años. A intentar reconocer a la gente que volvía de la urna, ya con sus deseos depositados.
«Ahí hay un amigo de mamá, ese estaba en clase... Pero ni rastro de ellos. Si ellos estuviesen aquí, seguro que todo sería más divertido» —se sorprendió pensando en Ayame, Reiji y Kori-sensei, y sacudió la cabeza sonrojado.
Ya casi habían llegado al final, y se acababa de dar cuenta de que eran unos de los últimos en echar el papel. Debían de haber sólo unas 20 personas más detrás.
Después de su madre, Daruu dio un paso y echó el papel en la urna:
«Puede que otros años conocieras el deseo, pero este... Este no...»
¿Por qué le daba tanta vergüenza reconocerlo? Cerró los ojos, dio un suspiro, y se dedicó a escuchar el sonido de la lluvia, impertérrito, incesante, ajeno a la espera de aquellas hormigas que le rendían homenaje. De vez en cuando, el río de agua era interrumpido por el tambor eléctrico de un trueno, y Daruu disfrutaba para sí de aquél momento. Muchos, sobretodos los niños, daban botes o se echaban a llorar. Desde pequeño, a Daruu le había parecido un sonido relajante, por extraño que eso pudiera parecer. Cuando sonaban muy cerca, el ruido le hacía sobresaltarse, pero cuando estaban lejos... Era como el canto furioso de un Dios. Como un volcán, no dejaba de ser hermoso.
Pero su madre le dio un empujoncito para que retomara la marcha, y no pudo evitar dar un respingo. Ese era el problema de las colas. Si uno permanecía en vigilia, se le hacía eterna la espera. Si uno cerraba los ojos y se dejaba llegar, le interrumpían la relajación para avanzar. Así que se dedicó a lo de todos los años. A intentar reconocer a la gente que volvía de la urna, ya con sus deseos depositados.
«Ahí hay un amigo de mamá, ese estaba en clase... Pero ni rastro de ellos. Si ellos estuviesen aquí, seguro que todo sería más divertido» —se sorprendió pensando en Ayame, Reiji y Kori-sensei, y sacudió la cabeza sonrojado.
Ya casi habían llegado al final, y se acababa de dar cuenta de que eran unos de los últimos en echar el papel. Debían de haber sólo unas 20 personas más detrás.
Después de su madre, Daruu dio un paso y echó el papel en la urna:
Que nunca desaparezcan de mi lado.